Catalina Bogado | La compañera de José Asunción Flores |
Flores en plena juventud. Cuando
todavía no había emprendido el camino
al sur del que solo una vez regresó.
Con 59 años, varios hijos y muchos recuerdos, Catalina Bogado parece recordar
aún el 13 de febrero de 1928, cuando cumplió 15 años, una serenata con que José
Asunción Flores interrumpió sus sueños, y que comenzó con la versión - aún no
registrada entonces- de"Ñasaindype". Luego, la orquesta, en la que Flores tocaba
el violín como un maestro, atacó los acordes de "Arribeño Resa´y" y finalmente
el vals "Amor de Juventud". Fueron quizá los primeros pasos de lo que sería
un romance que transformaría totalmente su vida con el toque mágico de la bonhomía
y la sencillez del artista. Dos hijos son el fruto de ese amor: Francisco Asunción,
nacido el 10 de octubre de 1933 y Olga, que nació en 1937.
"Era un hombre bueno y sencillo. Lo conocí cuando tenía 12 años, en una casa
de Amambay entre Caballero e Iturbe. Era su casa. Una hermana mía vivía allí.
Me parece increíble que haya muerto. Es como si fuera imposible que un hombre
como él, que no tenía enemigos, a quien todos apreciaban, debiera acabar así.
De pronto. Lejos de su patria, a la que quería tanto".
Por los ojos de Catalina Bogado desfilan los recuerdos. La escena es en una
modesta casa de México al 1631, entre Cuarta y Quinta. Un jardincito pone un
marco tradicional a la casita, en la que el artista vivió durante muchos años.
Catalina Bogado estruja las imágenes que pasan furtivamente. "Me cuesta recordar
algunas cosas". Saluda a un niño de 7 años que pasa rápidamente. Se llama José
Asunción Flores, como el abuelo y es el hijo de "Guaraní", el mayor.
"Tenía muchas cosas. Muchos recuerdos. Ahora ya no sé. Pasó tanto tiempo. Me
llevaron muchas cosas y no me devolvieron. Tenía algunos trozos de partituras.
Fotografías. Una revista que él apreciaba mucho, con una foto en la que estaba
con un amigo. Nunca me devolvieron. Creo que estaba con Aniceto Vera Ibarrola.
Ahora me quedan sólo pocas fotografías y algunas cartas. Están amarillas, ajadas.
Pero me las escribió él".
Catalina Bogado sonríe. Se nota en sus palabras un respeto casi religioso por
el artista desaparecido. Sus hijos Francisco y Olga no estaban. "Guaraní" viajó
a Buenos Aires para el sepelio de su padre. Olga no pudo ir. No podría soportar
la emoción, nos explicaron. Vio a su padre cuando tenía 10 años. Luego lo volvió
a ver en febrero de este año, con sus hijos. Uno de ellos, Víctor Valenzuela,
comenzó a aprender el piano hace algunos días. Casualmente, el mismo día en
que falleció su abuelo en Buenos Aires, donde vivió casi la mitad de su vida.
"Recuerdo su primera serenata, cuando cumplí 15 años. Vino con una orquesta.
El tocaba el violín. Le acompañaban Aniceto Vera Ibarrola, Rodas, Juan Villalba.
Era una orquesta hermosa. La primera canción fue "Ñasaindype" que aún no había
registrado. La estaba elaborando entonces. Luego fue "Arribeño Resa´y", y finalmente
un vals: "Amor de Juventud". Entonces no erámos novios aún Yo vivía en Iturbe
18 en aquella época. Hoy viven en ese lugar unos extranjeros.La casa ha cambiado
mucho".
A Catalina Bogado no le interesan ni posibles herencias ni extraer beneficios
de sus recuerdos. Sólo se emociona al pensar en la muerte de Flores, lejos de
Asunción, a la que dedicara una canción que es el mejor himno compuesto jamás
a la ciudad comunera. Acaricia la cabeza de su nieto, José Asunción, y dice
en voz baja: "Se parece más bien a la madre".
En la casa donde vive ahora Flores escribió muchas de sus obras más difundidas,
entre ellas "India". Tenía una habitación pequeña, con una ventana que se abría
al patio. Cuando era acometido por la fiebre de crear se encerraba y no recibía
a nadie. Ni siquiera a sus mejores amigos. Hacia decir que no estaba y que volvería
días después. La habitación no cambió mucho. Ya no está la ventana que daba
al patio. Sólo una pared, cubierta por un ropero.
"Comía porotos con leche. Cuando amanecía y se disponía a escribir pedía una
pava de mate, que tomaba hasta la última gota. Quizá su gusto por los porotos
le haya impulsado a escribir "Mamá Cumandá". Pero no estoy segura".
Una niña se acerca y dice: - Mamá, aquí está tu tesoro- Es un sobre pequeño.
Del interior, las manos temblorosas de la mujer extrae un papel amarillento.
Es la partitura de "Arribeño Resa´y", del año 1932 con letra de Fontao Meza.
Impresa en la imprenta "Surucuá" de Manuel Ortíz Guerrero. También surgen, casi
ilegibles, algunas cartas.
"Siempre vestía de marrón o de gris. Siempre tenía camisas blancas. Se acostaba
tarde. Claro, sus amigos siempre venían y lo llevaban. Le traían serenatas.
Víctor Montórfano. Tomá-í, que solía cantar "Yasy Morotí". El se levantaba y
se iba. Volvía tarde. Eran sus amigos, bohemios, como él solía decir".
Recuerda a otro músico, muy conocido hoy, que había registrado a su nombre una
canción de Flores. El no se inmutó. Dijo a su madre simplemente que alguna vez
se sabría quien lo hizo. No le importaba mucho. Toda la nobleza del espíritu
que respiraba por todos los poros se rebelaba ante la idea de litigar por algo
que él sabía suyo. Que había salido de sus manos. Eso le bastaba. El gesto del
otro artista no tenía valor a sus ojos. Era apenas una argucia. Es que Flores
vivía en un mundo más limpio, más puro, por encima de las triqueñuelas de los
ambiciosos.
"Cuando se casó mamá, luego de haber vivido mucho tiempo con mi padre, él tocó
"India" por primera vez. Fue en la fiesta que se hizo luego del casamiento en
la iglesia de San Roque. Conmovió a todos los que la escucharon".
El fotógrafo aprieta el disparador de su máquina. "Es que me van a fotografiar
?". Su nieto que llega en ese momento, la abraza. El flash los atrapa a ambos.
El niño es uno de los cuatro hijos de "Guaraní", de Francisco Asunción. Lo llmaron
Francisco por que nació en el día de ese santo, nos explican.
"Pienso en él y no creo que haya muerto. Era tan bueno. Dijeron por ahí que
tenía vergüenza de haber nacido pobre. Porque él nació en la Chacarita, en un
lugar llamado "Lomas Valentinas", el 27 de agosto de 1904. Era hijo natural.
Eso tampoco jamás lo afectó. Al contrario. Se sentía orgulloso de su madre,
a quien quería mucho.La llevó a la Argentina y le prodigó muchas atenciones.
Recuerda a Manuel Ortíz Guerrero que tenía su imprenta "Surucuá" en una calle
que lleva hoy su nombre. Pasan por la conversación desordenadamente algunos
fugaces momentos de la amistad que unió al poeta con el músico. Los últimos
días de su vida del poeta guaireño. Su enfermedad trágica, que lo devoraba de
a poco.
"Cuando murió Ortíz Guerrero, José Asunción lloró. Como no he visto llorar nunca
a ningún hombre. Decía que se había muerto su padre, su hermano. Era mayo de
1933. El murió el 8 de ese mes. José Asunción se sintió aplastado por su muerte.
Decía que se había quedado huérfano".
La emoción que se agolpa en la compañera del que fue, y es la figura más importante
del folklore paraguayo. "Me llamaba Catalí. Me mostraba sus partituras. Una
vez me mandó un violín con una nota que decía:"A Guaraní, para su dulce serenata".
Yo no sabía quien era "Guaraní". Después supe que él llamaba así a su hijo.
Quería que le llamáramos India a su hija. Se llamó Olga. Otra vez me dijo: "Estoy
haciendo una música, estará muy bien. Si no, seguirá estando bien. Tengo dos
nombres: "Py..-OB: no se puede entender en el original.Existe trasposición
de líneas..-"Que nombre te gusta más ?". Yo elegí "Pyjharé Pyté" que luego
fue estrenada en Buenos Aires.
Cada recuerdo aumenta la emoción de Catalina Bogado. Finalmente, no se contiene.
La voz se le quiebra y llora, calladamente. Se levanta. Apenas puede decir,
concluyendo la entrevista:
"Nunca me pude explicar por qué no le dejaron venir a morir al Paraguay.".
No menos de cien músicos aguardaban ese tórrido mediodía asunceno al maestro recién llegado entonces en un retorno alborozado y ávido de rostros amigos y paisajes verdes. La fiesta -un almuerzo-, desde luego, arrancando del "ipyre okéva"- ya estaba en la inminencia de su prólogo, es decir, los músicos complotados para una bienvenida con "India" cuando apareciese en la esquina su autor. Mientras, en un bar del centro, yo lidiaba con Flores tratando de convencerle de que ya era hora de ir arrimándonos a la aún lejana mesa que se tendía en un amplio patio arbolado de Battilana y Amambay. "Aní na re yeapurati. Ya vyá nico jhina". Y la placidez del tono, se unía en ese momento la placidez de aquella sonrisa inolvidable. Pero, definitivamente, había que apresurarse. Y, por último, logré arrancar a aquel hombre sin tiempo ni relojes, rumbo al fraterno compromiso. Fuimos, hacinados en un "camión" y ya a las dos cuadras, Flores estaba trenzando una diálogo cordial y repleto de suaves preguntas, con una mujer de pueblo que le había hecho lugar, apartando a un lado su repleta canasta de verduras, para que él se sentara. Yo había quedado un poco atrás. Gráficamente dicho, tres o cuatro pisotones más atrás. Imposilitado de ir arrimándome a la única salida del vetusto rodado, a tiempo para descender en Perú y Teniente Fariña. Cuando pude armonizar, codazos y gritos mediante, mis pies con los de Flores en busca del descenso, ya estábamos allá por cerca de Dos Bocas. Nos apeamos y comenzamos a andar en demanda de aquel tentador almuerzo. Por fin, estábamos en Battilana, en su arenal sin conmiseración para ninguna clase de fatiga. Una arena fina que se metía en los zapatos y retenía todo el calor del sol. Nos arrimamos todo lo posible a una de las presuntas aceras. Y en ese momento, Flores, lanzó una exclamación. "Eh!.maemíii nde!" Con gesto me señalaba, allá en el otro remedo de acera, la presencia diminuta de "un triste can sin dueño" como diría Julio Correa. El pobre perro, de lengua roja y jadeante, habíase detenido por un momento a la sombra famélica de un "typychá jhú". Y asiéndome del brazo, Flores me arrastró por el arenal hasta donde se encontraba el perro. Llegó junto al animal, se sentó en cuclillas y en tanto le acariciaba la polvorienta cabeza, volviéndome hacia mí, me dijo: "E mañami na pe jhésare.Jha pe juguái rory míre..". Y de sus labios comenzó a fluir un rítmico murmullo.En la casa de la espera, ahí a una cuadra apenas, cien asombrados amigos habíanse asomado a contemplar la increíble escena del creador de la guarania "traduciendo en música la dulce mirada de un perro.".- |