"CITA EN EL SAN ROQUE"
TERMINÓ SIENDO SU LIBRO DE DESPEDIDA
Mario Halley Mora concurrió a la cita con la eternidad (x)
Mario Halley Mora, escritor polémico, prolífico, falleció el martes
último a la madrugada, a causa de una deficiencia renal. Tenía setenta
y siete años. Premio Nacional de Literatura, acababa de presentar la
que iba a ser su última novela: “Cita en el San Roque”. Con la desaparición
de Halley Mora, se cierra toda una etapa del teatro popular que él enriqueció
con sus obras y con una amistad estrecha con el actor y director teatral
Ernesto Báez.

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Tan
estrecha era esa relación que al morir Báez, dejó de escribir para el teatro.
En febrero del año 2000, mantuvimos una larga conversación a propósito de la
aparición de su novela “Cita en el San Roque”. Fue una entrevista fuera de
las que se hacen por compromiso y de manera protocolar, porque en ella habló
con calma y meditadamente, y no se obviaron temas, por más conflictivos que
pudieran ser.
DATOS BIOGRAFICOS
Mario Halley Mora nació en Coronel Oviedo, en 1926. Fue autor de más de
cincuenta obras estrenadas y publicó unos veintiséis libros, entre teatro y
narrativa. Entre sus obras teatrales más renombradas están: “Testigo falso”,
“El juego del tiempo”, “Magdalena Servín”, “Interrogante”, “Un rostro para
Ana”, “La madama”, “El comisario de Valle Lorito” y muchas otras. Entre
sus obras de narrativa figuran “Los nombres de Celina”, “Cuentos y
microcuentos”, “Memoria adentro”, “Los habitantes del abismo” y otras.
Mario Halley Mora estaba casado con Zunilda Merlo y sus hijos son: Hugo
Halley Merlo, que fue durante varios años director del Instituto de Bienestar
Rural (IBR), “hasta que lo sacaron, pero salió por la puerta grande”;
“Charito, “que es una señora empresaria con dos escuelas de natación muy
grandes, esposa de Barrail”; Pedro Halley, que es abogado; y por último, una
hija que es licenciada en lingüística. Su hijo mayor, que era arquitecto,
falleció en 1999, después de haber sufrido una larga enfermedad, durante dos
años. En todo ese tiempo, Mario se sentó al lado de la cama del
hijo hasta que se produjo el fatal desenlace. Esto le produjo un abatimiento del que
nunca terminó de reponerse, a pesar de los esfuerzos que hizo. A Mario Halley
Mora le sobreviven, pues, su esposa, cuatro hijos y diecinueve nietos.
MENTIROSO PROFESIONAL Y COMPULSIVO
Apenas comenzada aquella entrevista, Mario Halley Mora encaró el tema del
escritor refiriéndose, para ello, a un artículo del
escritor peruano Mario Vargas Llosa.
- Vargas Llosa - dijo - afirma que el escritor es un mentiroso profesional y
compulsivo. En mi novela (se refería a “Cita en el San Roque”), se acumulan
mentiras, tres mentiras: la del
autor, que soy yo; la del
protagonista masculino, que narra su historia desde su punto de vista; y la
protagonista que narra la misma historia, pero desde su punto de vista.
Entonces doy cumplimiento en forma triple a lo que dice el maestro: que toda
obra de ficción es un enorme invento, donde incluso el narrador se inventa como
dios y maneja los personajes. Entonces yo creé los personajes para que se
desenvuelvan dentro de una historia, creándole al lector el dilema de creer
al autor, al hombre o a la mujer.
- ¿Por qué se
llama “Cita en el San Roque”?
- Porque acá dice - rebuscó entre los papeles que componían el original del
libro- que recorriendo Asunción... el personaje masculino es un aprendiz de
escritor y el personaje femenino es una escritora que ya lanzó un libro... El
aprendiz de escritor, recorriendo Asunción, quiere saber qué es Asunción. Y
recuerdo que los que dan testimonio de vida en cuanto escritores en Asunción,
se reúnen en el “San Roque, el Pen club y algunos poetas que escribieron sus
sonetos en servilletas de papel, escritores que tienen mesa libre en este
lugar y un editor como
(Ricardo) Rolón que se levantó de una mesa para ir a morir. Mi personaje
piensa que él podría encontrar el secreto de ser escritor y concurre al “San
Roque”. Y por la misma razón concurre la protagonista femenina que es
escritora también, y va a ese lugar buscando temas. Se encuentran allí y se
plantea el conflicto que hace a la novela.
- ¿Hay, entonces, elementos autobiográficos?
- En absoluto. Claro que hay cosas, indudablemente, que yo digo a través de
mi candidato a escritor, o cosas que está diciendo la escritora. Pero esto es
inevitable porque uno no puede ser independiente de sus criaturas. Esto es lo
que le reprochaba Ernesto Báez a (Manuel) Frutos Pane cuando no escribía
zarzuelas y escribía comedias sin música. Ernesto Báez le decía a Frutos
Pane: “Es muy linda tu obra, pero todos tus personajes hablan como
Frutos Pane”. Yo no llego a eso. Yo hago que los personajes hablen como los
creé. O por lo menos, lo intento. Es indudable que la observación, el
análisis, la crítica, la situación que enfrentan, la enfrentan con la óptica del
autor. Es imposible prescindir de ello.
- No sé si interpreté mal un artículo aparecido en el diario, pero me
pareció que se decía allí que se trata de un libro de despedida.
- De ninguna
manera. Lo que dije es que este libro iba a ser una obra de despedida del
siglo, el último libro de los años novecientos, porque tenía que lanzarse en
diciembre. Después hubo problemas y quedó para febrero. No
pienso todavía en el canto del
cisne.

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LA NARRATIVA DE HALLEY MORA
Después de hablar sobre su relación con el teatro y su amistad con Ernesto
Báez, el tema obligado era el de la narrativa.
- El año pasado, en junio (se refiere a junio de 1999), murió mi hijo. Me
sentí muy mal. Después de dos años de agonía que yo le acompañé catorce,
quince horas al día estaba con él, sabiendo los dos cuál iba a ser el
desenlace, y por fin en junio se fue. Entonces el médico me dijo: “Si vos te
sentás a cavilar te va a agarrar una gran depresión. Hacé lo que más te gusta
hacer, y en el menor tiempo posible”. Entonces me senté y escribí: “Yo anduve
por aquí”, que se publicó en el mes de agosto. En ese mes se lanzó el libro y
participó en el Premio nacional de Literatura donde obtuvo una mención. Se
agotó en 22 días. Ese sí es autobiográfico y fue mi manera de exorcizar una
pena que estaba pasando y me salió muy bien. Inmediatamente
después, como el
ejercicio me servía para salir de la cavilación del
duelo, me puse a escribir esta novela.
- ¿Hace cuántos años escribe?
- Escribo desde que empecé a escribir. En la escuela primaria era el
preferido en cuanto a castellano, lenguaje; y el réprobo en matemáticas y
geometría.
- ¿Qué es lo primero que salió a luz?
- Profesionalmente
fue teatro.
- ¿Cuál fue su primera obra?
- “En busca de María”. Fue en 1951.
- ¿Y la compañía?
- La compañía fue la de Ernesto Báez. Fue a raíz de un desafío que me hizo
Ernesto... Con Ernesto Báez tenemos una historia muy curiosa. Resulta
que mi mamá y su mamá eran vecinas. Cuando yo nací, fui el séptimo hijo, mi
mamá ya no tenía más leche para darme de mamar. Y acababa de nacer, para la mamá de
Ernesto, su hermana Carmencita. Entonces, Doña Hermelinda, que así se llamaba
la madre de Ernesto, me amamantó a mí. Tanto es así, que Ernesto solía decir,
excluyendo lo erótico del caso, que éramos hermanos de leche.

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- ¿Cómo fue ese desafío?
- Una vez Ernesto estrenó una pieza de Frutos Pane, “La lámpara encendida”.
Yo, por aquel entonces, estaba comenzando a hacer crítica literaria en el
diario “El Paraguayo”. Critiqué
la obra por pesada y se enojó Ernesto. Me dijo: “¿Vos
sos capaz de producir algo mejor?” Y yo le respondí, sí, puedo hacerlo. Y
Ernesto: “Hacelo y yo te estreno”. Fue cuando escribí mi primera obra: “En
busca de María”. La obra se estrenó y luego salió una crítica de Natalicio
Chase Sosa con el título de “Ha nacido un gran autor”.
LITERATURA Y POLITICA
- ¿Cómo se siente después de cincuenta años de carrera literaria, porque
usted fue alabado, criticado, cuestionado...?
- Es curioso. Hay una dualidad tremenda respecto a mí. Por ejemplo, esta
señora Teresa Méndez Faith me pone en su libro: “Diccionario de la Literatura
Paraguaya”; las dos primeras líneas dice: “Fue jefe de redacción del
diario stronista Patria”. Después viene lo puramente literario. No creo que
tenga mucho que ver lo uno con lo otro, pero la gente en general empieza
poniendo el prisma adelante y después va viendo las cosas. Yo no lo niego.
Viví mi época, viví mis circunstancias, trabajé en mi profesión, estuve en el
diario “Patria”, eso es innegable. Que haya sido Ezequiel (González Alsina)
un gran maestro para mí, en la parte ideológica es una cosa. Que yo haya
estado en la parte periodística es otra cosa. Pero tampoco voy a disculparme
separando los papeles. Estuvimos allí, en el mismo pozo los dos. Pero la
gente sigue teniendo ese prejuicio.
- Aparte de eso, sacando ese aspecto, ¿cómo se siente? Incluso yo mismo le
critiqué, algunas veces, no estuvimos de acuerdo, nos enojamos, nos
desenojamos, porque en el fondo es como si
habláramos un lenguaje común que nos permite entendernos.
- En general me siento contento con lo que hice dentro de mis límites. Porque
yo no provengo de la academia, no provengo de la universidad, no provengo de
ningún curso de altos estudios. Provengo de una tarea autodidacta muy
desordenada. Tengo una biblioteca que no cabe en esta habitación, está
desperdigada por toda la casa. Leí mucho, sin orden ni concierto, y todo lo
que aprendí está en estos muros, pero no aprendí nunca en forma académica, en
forma erudita. Aprendí examinando la experiencia de otros autores, tratando
de captar la esencia del
trabajo literario.
MAESTROS Y EL OFICIO DE ESCRITOR
- ¿Quiénes fueron sus maestros?
- Los clásicos españoles, lo que no indica, como mi
hermano Gerardo, que me haya preocupado excesivamente por la pureza del
idioma. Más bien me preocupé por la simplicidad y la sencillez. Siempre me
dije que a mí me tienen que leer sin diccionario. Y así escribí siempre. Mi
trabajo tiene el sello de lo espontáneo, de la observación y la experiencia
directa. Y no me considero en absoluto un erudito en nada.
- ¿Y se siente
satisfecho de su obra?
- Me siento satisfecho en la medida que llegué adonde llegué contra -muchas
veces- juicios críticos muy importantes y contra mi propia limitación en el
manejo de la técnica.
- Al comienzo de esta conversación dijo que el personaje de su novela va
al “San Roque” buscando una fórmula para ser escritor. Si usted estuviera
sentado en el “San Roque” y llega un escritor joven buscando la fórmula,
¿tendría algo que decirle?
- Sí, de hecho lo digo en el libro. Él creía que él podía ser escritor porque
era dactilógrafo y escribía sesenta y cinco palabras por minuto. Y
cuando conversa con la escritora ella le dice: “No, es al revés. Tenés que
pensar sesenta y cinco minutos para encontrar una palabra”. Y esto es
del autor. Es el consejo que le daría a los escritores jóvenes.
Jesús Ruiz Nestosa
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