20. Parte
“Asunción del Paraguay
Capital
de mis amores
Tus naranjos y
tus flores
Los recuerdos sin
igual”
Heriberto Altimier (argentino)-x-
-x- De la canción Canto
al Paraguay, que le pertenece
con música de Eulogio
Cardozo y S. Aparicio de los Ríos
Del Paraguay Profundo
Postales de la Asunción de antaño
Gloriosos presidentes pobres (x)
por: Jorge Rubiani
(Arquitecto)
Presidente provisorio ante la renuncia de Eligio Ayala en marzo de 1924, Luis Alberto Riart compartía con Emiliano González Navero un Estudio Jurídico ubicado en la calle 14 de mayo 228 y tenía una gran mansión en la avenida Mcal. López casi del Olimpo, hoy Kubistchek. La casa – que todavía existe- fue adquirida posteriormente por la Nunciatura Apostólica. El Cnel. Rafael Franco, sin embargo, vivía en los fondos de la residencia de la familia de su esposa, Doña Deidamia Solalinde, en la esquina formada por las calles Yegros y Fulgencio R. Moreno.
Félix Paiva es una extraña muestra de capacidad, honestidad y modestia que pocas veces se ha visto en el Paraguay. Graduado en Derecho y obtenido su doctorado en base a una tesis que versaba sobre “Sufragios”, Paiva ejerció cargos en casi todos los estamentos del poder público. Además de Presidente de la República, fue Senador, Ministro de Relaciones Exteriores, Ministro del Interior y Ministro de Educación, Culto e Instrucción Pública en dos gabinetes sucesivos (ocho años). Fue Miembro de la Corte de Apelaciones y posteriormente presidente de la Suprema Corte. En el campo de la docencia, fue Decano de la Facultad de Derecho y Rector de la Universidad Nacional y uno de los primeros profesores que tuvo el Colegio Nacional donde enseñó, curiosamente, Geografía, Algebra y Geometría. En el campo político, Félix Paiva fue presidente del Partido Liberal y uno de los líderes radicales que depuso al Gral. Benigno Ferreira, en 1908.
En el ejercicio de la prensa, actuó en ”El Diario” – de su amigo Adolfo Riquelme- así como en otros órganos de aquel periodismo idealista y revolucionario de principios de siglo. Así, desde “El Semanario”, de la Federación de Estudiantes, hasta “La Democracia” y “El Paraguay” lo tuvieron en su filas. En la militancia intelectual fue autor de varios libros y ejerció la presidencia del prestigioso Instituto Paraguayo por más de ocho años. Luego de este impresionante currículum uno podría preguntarse dónde se encuentran las estancias o las propiedades de este señor. Pues el augusto Dr. Félix Paiva vivió y murió en una sola casa. Una pequeña casa, que todavía se conserva, al costado de la vía férrea, en España y Tacuarí.
José Félix Estigarribia no le va en saga a Paiva en cuanto a currículum, sumándose a los haberes del Mariscal las penurias de sus derroteros por el exilio y las casas de alquiler..., ya que el gobierno conductor del Chaco no tuvo casa propia. A su vuelta de Francia vivió en Oriente 56, hoy Boquerón 559; y también, por un corto tiempo, en un edificio todavía existente en Oliva entre 14 de Mayo y Alberdi. A su retorno del exilio en 1937, residió en una casa de los parientes de su esposa, Julia Miranda Cueto, en la calle México y 25 de Mayo, frente a la Plaza Uruguaya. El edificio todavía se conserva. Pero de donde salió el Mariscal para morir en aquella fatídica mañana del 7 de setiembre de 1940, fue de la casa de la calle Juan de Salazar y Manuel Pérez. La misma había sido cedida al Presidente por su propietario, el Sr. Carlos Sosa, por la intención que aquél tenía de comprarla en cuanto tuviera mejores disponibilidades económicas.
Le faltaba mucho: cuando falleció Estigarribia, no poseía sino 250 pesos argentinos ahorrados en un banco.
(x) Del libro POSTALES DE LA ASUNCION DE ANTAÑO, del Arq. Jorge Rubiani. (Noviembre 2002). E-Mail: jrubiani@highway.com.py
Coyuntura/ Sobre programas de gobierno estatistas o privatizadores
Distancias (x)
Al comenzar el siglo pasado, un diplomático europeo informaba que la distancia entreAsunción y el interior era de dos siglos. Pasada una centuria, el tramo no hizo sino prolongarse
por: Milda Rivarola
(Analista política) milda@pla.net.py
Saliendo de la oficina aclimatada, se entra apresuradamente al súper. Una góndola promociona tres bolsas de espaguetis (de licencia italiana) con un CD multimedia: la enciclopedia define conceptos con imágenes interactivas que cubren desde las batallas napoleónicas hasta la fisión nuclear, pasando por la fecundación in vitro. El ”combo” cuesta apenas el uno por ciento del salario mínimo.
A quinientos kilómetros, dentro del país, el mismo día, un peón indígena recibe su paga semanal de 30.000 guaraníes en bolsitas de sal, arroz o aceite, e indefectiblemente algo de caña adulterada. En el puesto de estancia del brasileño esos productos cuestan al doble que en el mercado, en valores que –además- el peón desconoce por completo. Y no se trata de xenofobias: hasta hace poco, capataces paraguayos pagaban por cabeza de ayoreo muerto, simplemente por estar abrevando en aguadas del patrón.
Llegó un Nobel a Asunción, invitado por una universidad. Dio una conferencia magistral, y su recepción del doctorado ad honórem tuvo magnífica cobertura de prensa. Esa misma semana, a apenas veinte kilómetros de allí, comisiones de padres de escuelas públicas vendían adhesiones a 3.000 guaraníes –polladas o tallarinadas- buscando pagar tizas y pupitres para sus hijos.
Las insalvables distancias
Al comenzar el siglo pasado, un diplomático europeo informaba que la distancia entre Asunción y el interior era de dos siglos. Pasada una centuria –con tres cambios constitucionales y sucesión de gobiernos de diversa laya de por medio- , el tramo no hizo sino prolongarse. La dicotomía Capital-interior dejó de ser la única: en el Chaco Central o el Este del país, el ingreso promedio de granjeros menonitas o farmers sojeros es cincuenta veces superior al de peones o campesinos de su inmediata vecindad.
Al lado de miles de hectáreas de cultivo transgénico fumigado por aviones, unos pobres liños de ”rama” y maíz sembrado con el milenario yvyra akua. Más acá del alambrado de una mega-estancia, cuyos novillos pastan de la variedad Colonial, luciendo caravanas de control informático, vacas raquíticas ramonean yuyos, atados a la vera del camino. Los transganados son fumigados preventivamente al cruzar el portón de la estancia, mientras los pobladores indígenas de las inmediaciones sufren sin medicamento alguno endemias de leishmaniasis.
Del vacío
La imagen de distancia tendrá uso literario, pero es incorrecta: ella supone la existencia de caminos libres de ser recorridos. De trayectorias ciertas que cualquiera puede transitar, escapando del hambre y la miseria. Que el libre mercado –para los liberales- o el Estado –para los intervencionistas- funcionaron cumpliendo un rol igualador, o, al menos, retribuyendo esfuerzo y trabajo con mejores ingresos.
Se trata, más bien, del vacío. Aquí ambos no funcionan, si es que existen como tales. Más que garantizar mecanismos “igualadores” entre los ciudadanos (con justicia garantizada, sistema tributario justo, educación universal y gratuita, salud pública y demás servicios sociales), el Estado fue y sigue siendo una poderosa arma de enriquecimiento ilegítimo para quienes detentan su gobierno.
Tampoco puede hablarse de mercado libre cuando las grandes fuentes de acumulación privada nacen precisamente de su ausencia o distorsión: contrabando y falsificación, corrupción de licitaciones, especulación financiera e intermediación comercial deshonesta. El algodón es oro blanco para las desmotadoras y pobreza asegurada para el cosechador, mientras el perfumista europeo paga por esencias vegetales quince veces más de lo cobrado aquí por el dueño del alambique.
Habrá en el futuro cuestionamiento de programas de gobierno, debates sobre la pertinencia de proyectos de leyes, interminables discusiones sobre la viabilidad de frentes opositores o mesas patrióticas. Eso despierta interés, llena columnas de periódicos y satura los programas radiales. Pero son apenas medios –hábiles o incorrectos- para encarar la cuestión elemental: llenar el doloroso vacío, acortar la inmensa distancia que nos lleva a pobladores de una misma tierra a vernos como enemigos, o a tratarnos como extraños.
(x) Del diario ÚLTIMA HORA (El Correo Semanal), 31-mayo y 1 de junio de 2003 (Asunción, Paraguay).
NOTA: Los siguientes tres escritos pertenecen al mismo autor
Figuras de ayer y de hoy
Marialuisa Artecona de Thompson
Ha sonado
una campana (x)
Su
nombre escrito en el pizarrón de una escuela puede
ser la para la autora
su máximo galardón:
perdurar en el alma de los niños
por: César González Páez
(Periodista)
Marialuisa Artecona de Thompson (Guarambaré, 1927) es, sin dudarlo, una de las educadoras más relevantes del Paraguay. Es poeta, cuentista y dramaturga. Licenciada en Letras por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional, Artecona de Thompson cultiva primordialmente la literatura infantil, según nos señala el diccionario de autores paraguayos de Méndez-Faith, una importante fuente para conocer datos biográficos y de obras de autores nacionales.
De doña Marialuisa Artecona de Thompson nos detendremos en un libro que apareció allá por 1965 y que tituló simplemente Viaje al país de las campanas, un nombre alegórico que nos indica tizas y pizarrones, que nos trae un bullicio ya perdido. Sus poemas escolares todavía están presentes en el albúm de la memoria.
Cuando este libro apareció, el Ministerio de Educación y Culto, mediante una resolución del 4 de noviembre de 1965 firmada por el entonces ministro J. Bernardino Gorostiaga, aprobó que se recomiende su lectura en todas las escuelas primarias, públicas y privadas de la república. A partir de allí, circula este poemario que tal vez muchos habitantes de la niñez se acuerden y hasta es probable que puedan recitar alguno completo porque eran, en su mayoría, poemas breves, de gracia conceptual, que en gran medida generan simpatía a los lectores de cualquier edad.
Si bien el conjunto de poemas que acompaña al libro es de tono familiar, patriótico o simplemente de observación a la naturaleza, sobresale uno titulado Me han ungido maestra, en que abandona la lírica complaciente para hablar sobre el trabajo de la maestra, que muy pocas veces se valora en su totalidad. Allí la autora escribe poniéndose en lugar de una docente recién graduada: “Habrán de ser mis pasos cada día/ aurora inmensa sin ocaso alguno/ donde injusticias, dolores y ambrosías se abrasen por igual en fuego puro.” Y continúa el inventario de lo que le espera su vocación: “Los valles de color, las fuentes claras,/ los gajos plenos de la primavera,/ Las cuitas del otoño y el invierno/ veré en las carnes de mis pobres niños.”.
En cuanto a premios –siempre recurriendo a la fuente citada más arriba- digamos que, en 1965, fue galardonada con el Premio Doncel de narrativa infantil. Entre sus obras publicadas se destacan: El sueño heroico (1963), Canción para dormir una rosa (1964), Cartas al señor Sol (1966) y El canto a oscuras (1986). En la década del noventa tenemos La flor del maíz: Calendario escolar paraguayo y una voluminosa Antología de la literatura infanto-juvenil del Paraguay, ambos títulos aparecidos en 1992. Tiene, además, muchos cuentos y poemas dispersos en periódicos, revistas y antologías literarias locales y extranjeras. Actualmente, está retirada y recibió en la última Libroferia, celebrada este eño en el Shopping del Sol, un homenaje a su trayectoria.
(x) Del diario ÚLTIMA HORA (El Correo Semanal), 20-21 de octubre de 2001 (Asunción, Paraguay).
Sembrador de ideas (x)
Un maestro y escritor que sabía cómo generar el entusiasmo en su alumnos,
a través del lenguaje sencillo y elegante
Corría el segundo día de febrero de 1961 cuando fallecía un hombre que había dedicado cinco décadas a la docencia. Su nombre era Manuel Riquelme (1884.1961), nuestra figura de hoy.
Como cada semana traemos a los lectores a un hombre o mujer que se han destacado en Paraguay, los nombres no se acaban y, muy por el contrario, cada vez descubrimos a muchas personalidades que se han quedado en el desván del olvido. Rescatarlo para mostrar sus logros es la mejor manera de rendirles, a su vez, un modesto homenaje.
En esta sección no solamente elegimos a personas ya fallecidas, sino también a quellos que han demostrado tener una sólida trayectoria.
Don Manuel Riquelme no escapa a la regla, como escritor y poeta, de que muchos de sus poemas estén desperdigados por diarios y revistas, los que sería interesante rescatar. Incluso se habla de un texto para el primer grado, titulado Senderos, que se encuentra inédito, como así también un compendio sobre la Guierra contra la Triple Alianza, de más de trescientas páginas. También se encuentra sin editar una colección de biografías de amigos suyos fallecidos, de aproximadamente doscientas cincuenta páginas. Así lo indica el diccionario Forjadores del Paraguay, un interesante material bibliográfico al que pueden recurrir los lectores para mayor información.
Las actividades docentes de Riquelme se volcaron con preferencia hacia la literatura y la filosofía. También dictó clases de Pedadogía, Lógica, Ética, Castellano y Psicología. María Graciela Monte de López Moreira, que firma un artículo sobre Riquelme, señala que los alumnos escuchaban sus exposiciones “con gran entusiasmo” en la Escuela Normal, el Colegio Nacional y la Escuela Militar de Asunción. Destacan que tenía la virtud de “hacer pensar” planteando problemas y discutiendo las posibles soluciones. Citando a la historiadora M.G.M. De López Moreira, ella decía que Riquelme “tenía el arte de sembrar ideas en las conciencias de sus educandos”, agregando que fue un maestro moderno para su época, desechando muchos de los preceptos de la antigua escuela tradicional. Con dicción fácil y elegante, unida a sus indudables dotes de maestro, lograba que los problemas más complicados fueran entendidos. La investigadora señala que entre 1922 y 1931 se desempeñó como maestro en Argentina, enseñando en la Facultad de Ciencias de la Educación en Entre Ríos, y fue catedrático de Historia de la Educación en Buenos Aires.
Entre sus obras editadas podemos citar: Esfuerzo, Solidaridad y Aspiración, libro de lectura para la escuela primaria. Otros títulos son: Aritmética infantil, Paraguay-Bolivia, polémica y Filosofía y Educación, entre otros.
Asi nos acercamos a un hombre que dedicó su vida a dar su inteligencia a los demás; pedagogo eficaz e incansable que no es posible configurar en su totalidad en estas líneas.
(x) Del diario ÚLTIMA HORA (El Correo Semanal), 5-6 de enero de 2002 (Asunción, Paraguay).
Victorino Abente y Lago
Jerez y caña (x)
Un pionero de la poesía, quien publicó un
libro considerado el primero en su género
La poesía jocosa o irónica que suele aparecer en los periódicos y revistas del país ha puesto durante años a personajes públicos en apuros. Este tipo de versos tiene sus antecedente con el autor de Mesa revuelta.
Victorino Abente y Lago (1846-1935) nació en Galicia. A este creador se le atribuye un papel importante en el desarrollo de la poesía paraguaya. Sus estilo oscilaba entre lo romántico y lo festivo o jocoso. Pronto se arraigó en el país. Según las crónicas, solía citar a menudo este brindis de su autoría:
Mezclo un poco de jerez
con otro poco de caña
y bebo esta mezcla extraña
para brindar de una vez
por el Paraguay y España.
Arribado al país a los 23 años, es el primer escritor localmente conocido que dedica su vida y su obra a esta patria. Josefina Plá lo nombra en su libro Españoles en la cultura del Paraguay (publicado en el país por el Departamento Cultural de la Embajada de España en 1985). La gran Josefina señala que “su poesía se identificó con la intimidad emocional de la hora paraguaya, y el aura afectiva imantada por esta actitud lo acompañó siempre”.
Sus poesías jocosas –que le dieron prestigio- fueron apareciendo en diarios y semanarios de la época. Sus críticas chistosas y alusiones bienhumoradas en muchos casos no llevaban firma, pero se reconoce su estilo, con el sello hispánico de ritmo y léxico. En el diario El Pueblo tenía una sección llamaba Mesa revuelta. Con este título se publicaron esas poesías en 1887. Para doña Josefina Plá es el primer libro de poesía de creación local del que se tenga noticia.
Los poemas de Abente se recitaron durante décadas. Fue suyo el primer poema dedicado a la mujer paraguaya, La kygua vera. Después vendría La sibila paraguaya. Rindió homenaje en sus versos a las dos facetas femeninas: la brillante o pintoresca y la dolorosa como sacrificada. La poesía que le dedicó al Salto del Guairá es bastante renombrada.
Para mejor ilustración, citemos un poema de este vate en el que se advierte su ironía contra ciertos personajes que integraban el clero de la época. Estos versos fueron escritos en Asunción allá por 1877.
En su poltrona satisfecho mima
Su orondo lleno el vientre el que cubiertas
Sus gratas apetencias, larga ciertas
Señales de la fuerza que le anima.
El índice y el pulgar juntos arrima
De cuando en cuando a las nasales puertas,
Que con empuje suave más abiertas
Absorben el rapé que tanto estima.
Se recrea en el ocío, solo piensa
En los goces que ofrece lo terreno,
En tener bien repleta la despensa
Y en la fresca bodega vino bueno.
Y dice, hablando del castigo eterno:
!El que ama lo mundano va al infierno!
Aunque el poema describe sencillamente una forma de ser humano, el que dice una cosa y hace otra, vemos con qué elegancia irónica describe las costumbres del fraile. Nuestra figura de hoy llegó al país cuando aún no había terminado la Guerra Grande. El joven poeta se sintió impresionado por la imagen desolada que ofrece el país en esos momentos y escribe versos sobre el tema en semanarios y diarios de la época, en los que tuvo buena acogida por la solidaridad sentimental que expresan sus poemas.
(x) Del diario ÚLTIMA HORA (El Correo Semanal), 15-16 de diciembre de 2001 (Asunción, Paraguay).
Rincón Poético
Romance de la esperanza Es triste, compañera, que nos roben la patria; más nos queda el consuelo de poder aún amarla. Sí, me ultrajaron los bandidos. Sí, me escupieron en la cara. Y me azotaron como a Cristo; más tengo limpia el alma, y ya ni los desprecio ni los odio y renuncié también a la venganza. Todo se lo llevaron los ladrones cuando el saqueo de la casa. !Hasta la virgencita de mi madre! No nos dejaron nada. …Ellos viven con miedo y nosotros sonriendo de esperanza. Julio
Correa |
De chica, quería pertenecer al cuerpo diplomático. Apenas pude, redacté una larga Solicitud de empleo. La guardé bien doblada en un sobre oficio americano y anduve por ahí buscando a quien pudiera dársela, a quien pudiese ofrecerme, oficialmente, un cargo autorizado, permanente, de embajadora. El sobre se me ajó y la solicitud envejeció inevitablemente. Y ya no preparé solicitudes Porque entendí hace tiempo que
no hay empleador de la lluvia, de los pájaros, de las cosas que son o que no han sido, del tiempo que se aferra en seguir mientras nosotros vamos y venimos; mientras nosotros venimos y nos vamos. Ya no presentaré solicitud para un empleo que ejerzo sin autorizaciones ni decretos ignoro desde cuándo. Si defrauda mi voz la representación que usurpo y me cancelo la licencia o me jubilo por invalidez, siempre seré, a escondidas, embajadora de mi vocación y de mí misma. Por entenderlo, gracias. Por disculparme, gracias. Gladys Carmagnola |
Memoria viva
Cerro Corá: Muerte orillas del Aquidabán (x)
por: Mario Rubén Álvarez
(Poeta)
alva@uhora.com.py
Roque Férnandez era el abuelo de Félix Fernández, nacido el 18 de mayo de1898. en la compañia Mbokajaty Pytá, de Itauguá. El lúcido anciano había sido soldado del Mariscal Francisco Solano López. Sobrevivió porque tenía santo aparte y eludió –con malabarismos increíbles- a la muerte en varias ocasiones.
-Nde, che ra´y –le dijo un día don Roque a su nieto Félix-, nde niko nearandu rehóvo ha oiméneva rehendu oñeñe´ëvaitereiha ñane Mariscal rehe. Oje´éva guive japu, ha tekotevë nde rehape renonde´a ñandéve umi ikü raimbetéva (Mi hijo: vós estás creciendo en conocimientos y seguramente escuchaste lo mal que se habla del Mariscal López. Todo lo que se dice de él es mentira, y es necesario que enfrentes a los que tienen la lengua muy filosa).
“Eso no debe ser así. Vos mañana serás hombre y tenés que escribir aunque sea en El Diario, le insistió el ex-guerrero, refiriéndose a la publicación que entonces dirigía Eligio Darrosa. A toda costa quería que la pluma de su nieto se afilara de coraje y saliera en defensa del hombre que continuaba amando, a pesar de la derrota. En esa época bullía en Asunción la polémica entre lopistas y antilopistas. Por un lado estaban Juan E. (Emiliano) O´Leary y por otro Cecilio Báez como puntas de lanza. En un bando o en otro se alineaban los que defendían o condenaban al responsable de la Guerra Contra la Triple Alianza.
Las palabras de don Roque quedaron grabadas en la mente de aquel joven, quien buscaba una manera de cumplir lo que su abuelo le había pedido. En el silencio de las siestas y en la soledad de las noches fue rescatando en su memoria lo que el excombatiente de la Guerra Grande le había contado en varias ocasiones. Los relatos emocionaban al viejo, que parecía todavía estar siguiendo a López desde Cerro León hasta Azcurra y luego a Caacupé, para marchar hacia lo que debía ser su destino final en el peregrinaje sin esperanza: Cerro Corá, ya en las estribaciones del Amambay.
“Yo ya escribía ciertos versitos y me decidí a hacerlo, teniendo en mente todos los relatos que mi abuelo contaba sobre Cerro Corá, con la muerte del Mariscal en el Aquidabán Nigui”, contaba a La Tribuna, a fines de la década del 60, el propio Félix Fernández, quien, por entonces, ya vivía en Félix Pérez Cardozo (ex Hy´aty), en el Departamento del Guairá.
Juntando los fragmentos de los episodios, guardados en su memoria, a lápiz, escribió el poema épico Cerro Corá. Estaba en el 5o. Grado y tenia 15 años. Lo guardó durante mucho tiempo en un baúl. Herminio Giménez se lo pidió un día y lo sacó de su karameguã (baúl) para entregárselo, poco antes de que partiera con Justo Pucheta Ortega –Pucheta´i- a Buenos Aires para grabar por primera vez. En 1931 –según la cronología de composiciones que proporciona Armando Almada Roche en su libro Herminio Giménez, viento del pueblo- le puso música.
La poesía es conmovedora. El Mariscal moría en el Aquidabán y, más que los hombres, le lloraba toda la naturaleza circundante. En realidad, en esa contienda bélica de exterminio, a esa altura, ya no había casi hombres ni mujeres que pudieran derramar sus lágrimas por el que había caído ya para no levantarse nunca más.
El gobierno del general Higinio Morínigo, el 24
de julio –aniversario del nacimiento de Francisco Solano López- de 1944
declaró a Cerro Corá “Canción Nacional del Paraguay”, junto a Campamento
Cerro León e India.
Cerro Corá Campamento,
campamento, amoite Cerro Corápe Mariscal
rire Mariscal jevy Osyry
upe Aquidabán culantrillomi apytépe Guyra
jepeve ombopurahéi “Batallón
ha regimiento: !Frente mar...cha tenonde! Ñamano
rire jaikove jevy Campamento,
campamento, amoite Cerro Corápe La
generación torroga hese Letra: Félix Fernández |
---|
(x) Del diario ÚLTIMA HORA (El Correo Semanal), 20-21 de enero de 2001 (Asunción, Paraguay)
DOCTOR PEDRO P. PEÑA
In memoriam de un gran paraguayo (x)
Para muchos paraguayos, el doctor Pedro P. Peña es conocido como
uno de los presidentes de la República que pasaron efímeramente
por ese alto cargo. Para otros, fue un eminente médico y catedrático.
Para los más, un punto geográfico perdido en la inmensidad
chaqueña. El sexagésimo aniversario de su muerte es buen motivo
para recordar a un ilustre paraguayo, cuya vida transcurrió animada
por el más acendrado patriotismo.
|
El doctor Peña, en la época en que este ejerció la presidencia de la República. |
Negros nubarrones se cernían sobre la República,
cuando en una fresca jornada invernal de un ya lejano 1864, el hogar de
una patricia familia paraguaya -integrada por Manuel Epifanio Peña
y Francisca del Rosario Cañete García- fue alegrado con el
nacimiento de un rubio niño, al que llamaron con el nombre de la
advocación del día 29 de junio: santos Pedro y Pablo.
Poco después estalló la guerra contra la Tríplice que
en su fragor consumió las energías y los hijos del país,
entre ellos don Manuel Epifanio Peña, dejando viuda a su esposa Francisca
Cañete, y huérfanos a sus hijos Jaime Antonio, Susana, Manuel,,
Héctor y Pedro Pablo Peña (1864-1943).
Doña Francisca del Rosario Cañete García era hija del
matrimonio de Juan de la Cruz Cañete y Ubalda García (1807-1890),
esta última, hija del dictador José Rodríguez de Francia.
Al terminar la contienda, en 1870, entre los sobrevivientes que regresaron
de la guerra estaba Agustín Cañete (1845-1902), también
hijo de Ubalda García de Cañete, y se encargó del cuidado
de su madre, de su hermana y de sus pequeños sobrinos.
|
Una de las instituciones a las que el médico dedicó su tiempo y su talento: la Facultad de Medicina, de la que fue decano. |
Activo partidario del general Bernardino Caballero, don Agustín
se sumó a la legión de jóvenes dispuestos a trabajar
por la reconstrucción del país, ganando notoriedad y ocupando
diversos cargos de relevancia, entre ellos, la titularidad del Ministerio
de Hacienda en los gobiernos de los presidentes Bernardino Caballero, Patricio
Escobar, Marcos Morínigo, Juan B. Egusquiza.
Formación y ejercicio
La actuación en la política de don Agustín Cañete,
prohijó la de sus sobrinos, entre ellos el joven Pedro Pablo Peña
Cañete, a quien apoyó a concretar su vocación por la
medicina, enviándole a estudiar a la Universidad de Buenos Aires,
de donde egresó doctor, en 1893; de regreso a su país, se dedicó a
su profesión y a la cátedra universitaria, siendo nombrado,
el 29 de noviembre de 1894, miembro del Consejo Secundario y Superior. El 15 de diciembre de 1894 fue designado decano de la Facultad de Medicina,
cargo que ejerció hasta enero de 1898. Entre tanto, el gobierno del
presidente Egusquiza le nombró rector de la Universidad Nacional de
Asunción (9 de septiembre de 1895), en reemplazo del doctor Federico
Jordán. Poco después, fue nombrado miembro de la Comisión
de la Biblioteca y Museo Nacional, sin perjuicio de sus funciones. Ocupó el
rectorado de la Universidad Nacional hasta el 12 de febrero de 1898, cuando
fue reemplazado por don Benjamín Aceval.
|
Para muchos paraguayos, el doctor Pedro P. Peña es conocido como uno de los presidentes de la República que pasaron efímeramente por ese alto cargo. Para otros, fue un eminente médico y catedrático. |
Dos años después nuevamente ocupó el
cargo, por renuncia del doctor Héctor Velázquez, ejerciéndolo
hasta su renuncia, el 10 de julio de 1901, para aceptar un cargo diplomático.
Mientras se desempeñaba como decano y rector universitario, también
ejercía de catedrático de Nociones Generales de Anatomía
y Fisiología, Parto Normal y Ejercicios de Clínica Obstetricia. Posteriormente,
pasó a ejercer la cátedra de Fisiología General y Humana,
Patología Interna, y fue delegado paraguayo en el Congreso Médico
Latinoamericano de Chile.
El político
Su actividad profesional y docente no le impidieron inmiscuirse en la política,
apoyando los gobiernos republicanos de la primera época de su hegemonía.
En efecto, no logró sustraerse de la actividad política, que
consumía grandes energías de la juventud de la época,
pero su educación, su señorío, el espíritu de
comprensión que presidiera su formación universitaria (de la
que nunca se olvidó, según don Raúl Amaral) impidieron
que pudiera sentir los revolcones de la lucha, en la que muchos dejaron parte
de sus vidas y hasta jirones de su
|
Doña Carmen del Molino Torres. |
alma. Aún así, en varias ocasiones llegó a
presidir la nucleación partidaria de su afecto, e inclusive. Como
resultado de nuestra agitada vida política en los primeros años
del siglo XX, fue llevado en la cresta de la ola y depositado en el sillón
presidencial. Pero, como el poder es un caballo que corcovea, no pudo sostenerse
en el sillón no más de una veintena de días.
El presidente
En 1904, como resultado de la revuelta armada de ese año, y del pacto
subsiguiente, el Partido Liberal había tomado las riendas del poder.
Muy arisco éste, no permitía que los inquilinos de turno se
sostuvieran sino meses o pocos años. Así fueron pasando numerosos
miembros de una galería que iba haciéndose numerosa, hasta
que, consecuencia de esos anárquicos días, luego del derrocamiento
de Liberato Rojas, el Congreso, por decreto legislativo, designó presidente
provisional de la República al doctor Pedro P. Peña, quien
integró su gobierno con varias personalidades coloradas, como Eduardo
López Moreira, en Interior; Fulgencio R. Moreno, en Relaciones Exteriores
y Eugenio A. Garay, en Guerra y Marina. Las otras carteras estuvieron a cargo
de liberales: Higinio Arbo, en Hacienda, y Rogelio Urízar, en Justicia,
Culto e Instrucción Pública.
|
El casco -aún existente- de la quinta de Ybyraí, heredada de un célebre ancestro, el doctor Francia, y cuna de don Pedro P. Peña. |
A poco de asumir ya tuvo que enfrentarse a nuevos intentos
por derrocarlo, estallando focos insurreccionales en varios puntos del
país, hasta que, finalmente, el 22 de marzo de 1912, es nuevamente
descabalgado de la silla presidencial. Había estado en el cargo
22 días.
El diplomático
Lo efímero de su presencia en la presidencia de la República,
en momentos en que el país se debatía en la más trágica
anarquía, no le permitió realizar mayor obra de gobierno. En
la que don Pedro P. Peña sí tuvo destacada actuación,
fue en la diplomacia. Se inició como secretario de la Legación
paraguaya en París, Londres y Madrid (aprovechando dichas ocasiones
para ir ampliando el horizonte de sus conocimientos profesionales).
El gobierno del presidente Emilio Aceval le designó ministro plenipotenciario
en el Brasil, cargo del que renunció para asumir la cancillería,
en el flamante gobierno del coronel Juan Antonio Escurra.
La defensa del Chaco
Luego de ejercer la representación diplomática ante el gobierno
brasileño, el doctor Peña fue destinado a hacerlo ante los
gobiernos boliviano, chileno y peruano. Como diplomático en Bolivia,
tuvo la ocasión de conocer la existencia de un mapa mandado realizar
por el gobierno de ese país, al ingeniero cartógrafo
|
Consejo Secundario y Superior. |
francés, coronel Felipe Bertres, en 1843, durante la
presidencia del presidente José Ballivián. Este documento
reconocía la potestad paraguaya sobre el Chaco, lo que le convertía
en un documento importantísimo para avalar la posición paraguaya
sobre ese territorio, entonces disputado por Bolivia. Por orden del gobierno
paraguayo, el doctor Peña se agenció y consiguió adquirir
uno de los poquísimos ejemplares de este documento, el que fue remitido
a la cancillería paraguaya.
El mencionado mapa, reconocía como paraguaya
toda la ribera occidental del río Paraguay, desde el Río Negro
u Otuquis. Como este documento ratificaba la posición paraguaya de
la que la problemática chaqueña era una cuestión de
definición de límites y no una cuestión territorial,
como pretendía Bolivia. Al conocer el gobierno boliviano la tenencia
del Paraguay del mapa Bertres, adujo que el mismo era nulo y exigió la
devolución del documento, lo que fue realizado por el gobierno nacional,
en un gesto que poco ayudó, en su momento, para la defensa del territorio
chaqueño.
El reclamo y la recuperación de tan valioso documento por parte de
Bolivia, convenció al doctor Peña de que ese país se
empeñaría por todos los medios a su alcance a acceder al Chaco
y una salida al mar por el río Paraguay. Más todavía
al enterarse de la fundación de dos fortines, como parte de esa campaña
de penetración, hecho que comunicó al gobierno paraguayo, advirtiendo
de la gravedad del hecho y recomendando el estudio y la preparación
bélica con miras a la defensa del Chaco.
El 20 de febrero de 1906, protestó enérgicamente ante el gobierno
de La Paz, el establecimiento de estos fortines: Guachalla y Ballivián.
Esta protesta fue la primera denuncia que hizo el Paraguay sobre la invasión
militar del territorio chaqueño.
|
Don Agustín Cañete propició la formación intelectual de sus sobrinos huérfanos de guerra, quienes acompañaron su actuación política en los años de posguerra. |
Esta advertencia llevó al gobierno paraguayo
a considerar seriamente la cuestión, tanto en el aspecto diplomático
-la firma que establecía la línea del Status Quo- como militar,
en este último caso, enviando una misión a Europa, para la
adquisición de material bélico y avituallamiento.
Aun así, la penetración boliviana seguía lenta, pero
paulatinamente, con la fundación de otros fortines a lo largo del
río Pilcomayo, y de la concesión de prospecciones petrolíferas,
acercándose peligrosamente al río Paraguay. En tanto, la anarquía
política estallada en nuestro país, no permitió una
atención efectiva al problema, lo que fue aprovechado por Bolivia
para su avance hacia la costa del río epónimo.
Lo que pasó después, incluyendo la chispa de Pitiantuta, los
tres años sangrientos de guerra hasta el angustioso desenlace del
Tratado de 1938, es cosa conocida. Muchas angustias, mucha sangre y muchas
lágrimas derramadas innecesariamente, se hubieran evitado de haberse
escuchado y tomado responsablemente -y obrado en consecuencia en aras de
la convivencia internacional-, las advertencias que en 1906, hizo el doctor
Peña. Pero no fue así. Para desgracia de dos pueblos sudamericanos.
La recuperación del territorio disputado y el reconocimiento de sus
compatriotas de los desvelos del doctor Peña, llevaron a denominar
con su nombre, a uno de aquellos primeros fortines enclavados en la inmensidad
chaqueña. Así, el fortín Presidente Guachalla, pasó a
llamarse Presidente Pedro P. Peña.
Además de este punto en la geografía chaqueña, entre
algunos de los homenajes hechos a este prohombre y héroe civil paraguayo,
están las denominaciones de colegios, instituciones sanitarias y una
seccional del partido de sus amores, la Asociación Nacional Republicana,
donde se colocó un busto suyo, de la autoría del escultor Francisco
Javier Báez Rolón.
Muy personal
El doctor Pedro P. Peña nació en Asunción el 29 de junio
de 1864 y murió el 29 de julio de 1943, a los 79 años y un
mes. Fue hijo de don Manuel Epifanio Peña y doña Francisca
del Rosario Cañete, hija de Ubalda García y nieta del dictador
Francia.
Fueron sus hermanos: Jaime Peña, Susana Peña, Manuel y Héctor
Peña Cañete.
Contrajo matrimonio con Carmen del Molino Torres Jovellanos, nieta por línea
materna, del presidente Salvador Silvestre Jovellanos (Carmen fue hija de
Paulina Jovellanos Centurión), casada con el argentino Julián
del Molino Torres. Este, que se desempeñaba como cónsul argentino
en Asunción, era nieto de don Julián del Molino Torres, procurador
del Cabildo de Buenos Aires, en 1795.
El doctor Peña y doña Carmen, fueron padres de Raúl
Peña, casado con Haydée Soler Sosa (fue ministro de Educación
y Culto), Jorge Peña, casado con María Sitcher (fue cónsul
en el Brasil); Pedro Hugo Peña, casado con Emiliana Riera (fue diputado,
senador y ministro de Salud Pública y Bienestar Social), Julio Lionel
Peña, casado con Magdalena Gill Ayala (fue director de Protocolo de
la Cancillería nacional y embajador en el Perú). También
tuvieron una hija: Natividad Peña.
Del diario ABC COLOR (Revista), 27 de julio de 2003 (Asunción, Paraguay).
Nota: (fragmento) sobre el Registro Civil del Paraguay
Con nombre y apellido (x)
El Estado se hace cargo del Registro Civil en 1880. Anteriormente era la iglesia la responsable de tomar nota de los nacimientos y las defunciones. Sin embargo, sus registros están extraviados.
A pesar de las pérdidas, una breve estadía con el equipo de trabajo del Registro Civil nos remonta a épocas como las de 1928 cuando Martín Yknase y Juanita Kamakuk, ambos indígenas, contraen matrimonio en la estancia misionera Nanahua (textual). También, a principios de siglo, se registran nupcias entre ingleses y mujeres indígenas, con la peculiaridad de que estas últimas no llevan apellido.
A lo largo de la historia, el Registro tuvo que adptarse a las circunstancias, como la Guerra del Chaco, cuando los oficiales salían a las trincheras para constatar las defunciones de los soldados.
El acta de matrimonio de Jorge Luis Borges con María Kodoma, que data del 26 de abril de 1986, en la colonia Teniente Rojas Silva, es otra de las reliquias del Registro, así como el acta de nacimiento del dictador Alfredo Stroessner que, según se constata, nació un 3 de noviembre de 1912, a las 5 de la tarde, en el domicilio de su padre Hugo y su madre Heriberta Matiauda.
Hay nombres raros como Telesfora, Troadia y Ulpiano, siendo María y Juan los más comunes en el país. También llaman la atención apellidos como Lluvia, Alegría, Pimienta, Sol, Hugo y Carlos, entre otros.
(x) Del diario ÚLTIMA HORA (Revista VIDA), diciembre 2002 (Asunción, Paraguay).
UN PARAGUAYO EN LA PATAGONIA
Hilario el caminante (x)
Un poco conocido episodio, ocurrido allá por mediados del siglo XVIII,
fue la hazaña protagonizada por un indígena paraguayo llamado
Hilario Tapary, cuando, forzado por las circunstancias, tuvo que realizar
una caminata de unos 3.000 kilómetros para llegar a Buenos Aires,
luego de un viaje a lo largo de dos años en los que abundaron las
peripecias y las aventuras.
|
Indígena cazando guanacos, escena cotidiana en algunos parajes por donde pasó Hilario en su caminata. |
Mortalmente herido durante el ataque de los ingleses en Buenos
Aires en 1807, Hilario Tapary, un aborigen guaraní radicado en la
capital porteña, sucumbió sin mayor gloria para sumirse luego
en el olvido. No era nadie importante como para
figurar en los anales de la historia grande. Era solo un indio. Uno más...
o uno menos...
Pero, poco más de medio siglo antes, aquel olvidado indio guaraní,
originario del Paraguay, había sido el actor de una de los más
dramáticas aventuras de la época colonial en el Río
de la Plata: una célebre caminata, acompañado de un perro,
desde un recóndito confín patagónico hasta Buenos Aires
y que duró nada menos que dos años.
Aquella epopeya tuvo lugar entre 1752 y 1755, cuando Hilario Tapary integró la
tripulación de una embarcación enviada por don Domingo Basavilbaso,
alto funcionario colonial en Buenos Aires y comerciante, dueño de
un saladero, para buscar en la Patagonia, pescado y sal, para su establecimiento
industrial.
Para llevar a cabo su cometido, fletó un bergantín negrero
llamado San Martín y rebautizado San Antonio, y organizó una
expedición con destino a San Julián, un lejano lugar al sur
del continente, con el objeto de cargar pescado y sal, de cuya abundancia
tenía buenas noticias.
La misión fue encomendada a Jorge Barne, "piloto práctico
de la costa de Guinea", que había llegado a Buenos Aires con
una carga de negros esclavos y ropa.
La expedición había salido del puerto bonaerense el 16 de diciembre
de 1752, con autorización del gobernador Andonaegui y llevaba, además,
la misión de reconocer las costas marítimas argentinas. A los
25 días de viaje llegaron al puerto de San Julián, donde -previo
algunos incidentes por las condiciones de la caleta elegida- se hicieron
a tierra.
A poco de llegar comenzaron a explorar el lugar y a recoger sal. Luego de
carenar la embarcación, cargaron la sal y gran cantidad de peces,
regresaron el 14 de enero de 1753. Dejaron en el lugar a varios hombres para
juntar nuevas cantidades de sal y pescado, esperando el regreso de la nave.
En efecto, se quedaron en el puerto de San Julián, el gallego Santiago
Blanco, el paraguayo Hilario Tapary y José Gombo, "natural de
las Indias Orientales" -o sea, chino-. Días después, por
el camino, se quedó otro, un negro angolés que huyó del
barco y se internó tierra adentro.
|
Don Domingo Basavilbaso, además de pionero de las comunicaciones postales, fue uno de los principales empresarios de la industria cárnica rioplatense. Buscando materia prima e insumos fue responsable de los avatares que pasó Hilario Tapary, hace dos siglo |
Cuando estuvieron de vuelta a San Julián para traer hasta Buenos Aires
nuevas partidas de sal y pescado, no encontraron a los hombres que se habían
quedado. Tampoco encontraron rastros de sal y pescado, además de las
otras cosas dejadas. Sólo luego de mucho buscar, encontraron restos
de una carreta y de una canoa, con dos escopetas adentro. Días después
encontraron muchos aborígenes con abundante caballada, que se mostraron
amistosos, pero ni noticias de los hombres.
Nunca más supieron de ellos y los tuvieron por perdidos hasta que,
el 12 de enero de 1755, hizo una relación de su derrotero ante don
Domingo Basavilbaso, en Buenos Aires.
Por ser casi desconocida para nosotros, sus compatriotas, vamos a reproducir
textualmente la relación transcripta por el señor Basavilbaso,
de lo relatado por Hilario Tapary:
"El día último de marzo o primero de abril de 1753, que fue
a los 15 ó 16 días de haber salido el bergantín, nombrado
San Martín, del puerto de San Julián en su primer viaje, en los
cuales hubo frecuentes lluvias, se acercaron a la isla como 200 indios, y con
la bajamar pasaron al rancho que tenían hecho los tres hombres que se
quedaron e inmediatamente empezaron a tomarse todos los bastimentos que tenían,
de bizcocho, yerba y tabaco, y deshicieron los barriles de carne salada, tocino
y agua para aprovecharse sólo de los arcos de fierro, arrojando la carne
y tocino, y después se fueron. Al día siguiente volvieron a acabar
lo poco que había quedado, juntamente con la ropa fuera de su cuerpo;
y aunque el dicho Hilario confiesa que no conoció en los indios ni inclinación
de querer hacer daño a su persona, antes bien al contrario, pues los indios
le manoseaban a él y a su compañero, sin atreverse ni querer quitarle
ropa alguna de la que tenían puesta, con poca reflexión determinó salir
de aquel paraje con
otro (su compañero) indio chino, llamado José, por miedo que
le matasen, por no tener ya cosa alguna que tomar de su rancho. A que se
agregó, que el gallego, nombrado Santiago, a la primera vista de los
indios se fue ocultamente y sin decir nada, de miedo a ellos, tirándose
a escapar por la parte opuesta de ahí a donde habían avistado
los indios, sin saber lo que se hizo. Viéndose en estas confusiones,
por último se resolvió a salir de aquel paraje con su compañero
José, y lo ejecutó por la noche, tomando el rumbo para venirse
a Buenos Aires por la costa del mar: y por ella vinieron caminando a pie
sin ninguna providencia, más que unos avíos de encender fuego,
y dos perros pequeños, los cuales solían cazar algunos zorrillos
y otros bichos con que trabajosamente se alimentaban. Pero lo más
penoso fue la falta de agua dulce, por lo que a la orilla del mar hacían
cazimbas, con lo que se humedecían las bocas, pues lo salado de ella
les permitía beber muy poco, porque se les seguía mayor daño:
como le sucedió al nombrado José, que por haber bebido algo
más se enfermó, de modo que a las tres semanas de haber caminado
en esta forma, quedó tan aniquilado que no pudo proseguir, por más
que le animaba Hilario, siendo la mayor pena su excesiva sed, pues tenía
la boca sin la más leve humedad.
"El Hilario se detuvo allí dos días por ver si por aquel contorno
encontraba alguna agua dulce para refrescarle, pero no lo pudo conseguir; y viendo
el mal estado de su compañero y sin poderle remediar, porque no le sucediese
otro tanto, determinó dejar a su compañero con bastante sentimiento,
llorando tan
|
A lo largo de su caminata, Hilario Tapary fue recorriendo diversos paisajes: páramos casi sin vegetación, bosques, ríos y elevadas cumbres, hasta llegar a su destino final, Buenos Aires, luego de dos años de viaje y aventuras. |
fatal suceso, y tomó su camino, con sus dos perros:
a los dos o tres días encontró una laguna pequeña
rodeada de porción de guanacos que habían consumido toda
el agua, dejando solo la humedad entre el lodo, y llegó tan fatigado
que se consolaba con poner la boca sobre aquella humedad, que no obstante
le sirvió de algún corto alivio. Habiéndose acercado
un poco más a la orilla del mar, consiguió matar un lobo
marino con un palo que llevaba, y luego se bebió la sangre de él,
que le supo muy bien, y haciendo su fuego se lo comieron entre él
y sus perros, y el pellejo se lo sacó en disposición que
le pudiese servir para echar agua. Y siguiendo su camino, a los dos días
llegó a donde había un manantial pequeño, en el cual
se refrigeró él, y sus dos perros, y discurriendo poder socorrer
a su compañero le pareció inútil, pues le contemplaba
ya muerto: por lo que llenó el cuero del lobo de agua, siguiendo
su rumbo, que regularmente era como media legua de distancia distante del
mar que se internaba un poco, en donde había porción de lobos
marinos, con lo que él y sus perros saciaron su hambre y su sed,
y de ahí fue siguiendo, con la pensión de faltarle agua,
porque toda la que hallaba era salada, aunque estaba en lagunas algo distantes
del mar: y siguiendo varios días sin comer porque nada se encontraba,
uno de los dos perros corrió una bandada de avestruces, y se alejó tanto
que se perdió, cuya falta le sirvió de congoja, pues lo contemplaba
como compañero, y que por él remediaba algunas veces sus
necesidades. Y por último halló unas matas que tenían
una especie de fruta redondita y negra, con lo que se mantenía trabajosamente:
y aunque bajaba a la costa a su pesca de lobos marinos, ya no los había.
Pero caminando algún tiempo, encontró un riachuelo de agua
dulce que se internaba tierra adentro, bastante angosto, pero con mucha
corriente y hondo, y a la boca que hacía el mar tenía poca
agua: no obstante no lo pudo vadear, y encontrando en sus orillas muchos
maderos de sauces secos, que se conocía eran traídos de adentro
con la corriente, pudo lograr echar uno de ellos al agua, embarcándose
en él con su perro, y lo pasó, costándole algún
trabajo por la corriente.
"A orilla de este río había algunos sauces pequeños,
y habiéndose refrescado, siguió su camino; y a una semana de haber
caminado, avistó unas serranías muy altas, ásperas e intransitables,
desde tierra adentro hasta la orilla del mar, de modo que para salir de su aspereza
se bajó a la playa, y cuando bajaba el agua, caminaba: cuya estación
le duró dos semanas: y aún después caminaba por el campo,
avistaba algunas sierras pequeñas y montes, encontrando también
algunos montecitos de un árbol, nombrado chañar, cuyas frutas,
aunque muy escasas, solían templar su hambre, ayudado en su poca pesca
y otros bichitos del campo que podía lograr: pues ninguno reservaba, por
inmundo que fuese, porque para él todo le era comida delicada y gustosa,
siendo lo peor y más trabajoso que le faltaba algunas veces; pues asegura
que en la estación de su viaje se le pasaban ya los cuatro, ya los seis
días sin comer ni un bocado, en lo que se afirma muy de cierto y aun le
parece que hubo temporada de dos semanas. Pero como es un indio tan poco experto
no se le ha podido averiguar el tiempo fijo que tardaba en las estaciones de
un tránsito a otro sin saber hacer cuenta ni por días, ni por semanas,
ni por meses ni por lunas. Y así al cabo de estas estaciones, que no sabe
el tiempo que tardó, pues unas veces dice que serán dos meses,
otras tres y otras uno, llegó a un río de agua dulce y muy caudaloso,
que lo halló yendo desviado de la costa como cinco leguas, e ignora la
situación hacia la boca del mar, pero asegura que será muy grande
por ser el río muy ancho y caudaloso. Apenas se acercó, cuando
vio venir a sí dos indios a caballo con sus lanzas, con cuya vista pensó ir
a ver la de dios: péro llegándose los indios a él, le cogieron
de los brazos, preguntándole ¿qué hacía por aquellos
parajes? según demostraban por las señas. Pero ni uno ni otro se
entendían, y al fin permitió su fortuna que se acordasen que era
de la especie humana, pues sea por
|
esto, o porque le vieron hecho un esqueleto de flaco y consumido,
siendo por su naturaleza bien fornido, se condolieron de él, y mostrándolo
lo condujeron un poco más adelante, en donde había como unos
20 toldos de indios con sus familias de mujeres e hijos, y le recogieron
en uno de los toldos, y le daban de comer avestruz, venado y caballo que
son sus manjares, y le daban de sus cueros para que se tapase y durmiese,
por ser la estación fría por las heladas que caían.
De este modo lo pasaba razonablemente, hasta que logró restablecerse,
poniéndose capaz de andar a caballo e ir con ellos a cazar y correr
yeguas cimarronas, que ya había algunas: y después de algún
tiempo dispusieron pasar el río los indios con las familias, y lo
ejecutaron a nado en unas pelotas de cuero, en donde se ponían ellos
con sus mujeres e hijos, y dentro ponían los toldos, que son de
cueros de caballos, que tienen muy especiales para pasar el río,
se echaron las pelotas y pasaron todos con felicidad a la otra banda, y
allí volvieron a acamparse, siendo su ejercicio el cazar avestruces
y otros bichos y animales para comer, pasándose muchísimo
tiempo en jugar, perdiendo cueros de caballo que se ganaban los unos a
los otros, y no se reconoció que hubiese ningún cacique entre
ellos, pues todos igualmente mandaban y tenían sus pendencias".
Luego de pasar un buen tiempo con estos aborígenes,
durante su trashumancia, fueron acercándose a los campos de la provincia
de Buenos Aires. En un momento dado, en horas de la noche, tomando un caballo,
Hilario Tapary siguió camino, alejándose del rumbo de sus compañeros
y acercándose nuevamente a la costa, hasta que en durante un sesteo
bajo un árbol se le acercó un indígena, del grupo de
un célebre cacique, Nicolás Bravo, con muy buenas relaciones
con las autoridades bonaerenses. Este indígena, le acompañó hasta
su toldería, le alimentó y le vistió y, luego, le guió hasta
Buenos Aires adonde llegó el 6 de enero de 1755. Esa fue, en resumen,
la aventura de Hilario Tapary, un héroe olvidado, pero de gran merecimiento.
(x)
Del diario ABC COLOR (Revista Dominical), 29 de junio de 2003 (Asunción,
Paraguay).