Ecos del BicentenarioEL PARAGUAY EN 1842, VISTO POR UN INGLÉS (x)
por : Pablo Max Insfrán (Poeta, Escritor, Diplomático-1884/1972)
George John Robert Gordon llamábase el primer agente oficial inglés que visitó el Paraguay después de la muerte del Dr. Francia. Pisó tierra paraguaya, por el lado de Itapúa, en setiembre de 1842, y llegó a Asunción en octubre siguiente. Las peripecias de su viaje y el relato de las impresiones que recibió de los hombres y cosas que vio en el país, figuran en un informe que presentó a su regreso a Inglaterra en abril de 1843, obrante en la Public Record Office, de Londres, bajo la referencia F.O. 13/203. Alguna vez debe publicarse este informe en su integridad, con sus numerosos anexos, pero entre tanto llegue una ocasión favorable, vale la pena resumir algunos de sus pasajes y conclusiones, no solamente por su valor histórico sino también por ciertos aspectos curiosos de sus observaciones.
Para ir al Paraguay Gordon tropezó desde luego con la prohibición impuesta por el gobierno de Rosas, en Buenos Aires, de remontar los ríos Paraná y Paraguay. Como se sabe, Rosas bloqueaba al Paraguay por la negativa de éste a incorporarse a la todavía invertebrada Confederación Argentina, como una de sus provincias. Y así, no le quedaba a Gordon otra ruta factible que la terrestre, hacienda un rodeo largo por el Uruguay. Mediante los buenos oficios del general Fructuoso Rivera y del Sub Secretario de Estado de su gobierno D. Juan Andrés Gelly, que era paraguayo, Gordon resolvió tomar dicha ruta. Gelly le aseguró que no necesitaría cruzar territorio argentino en el trayecto, pero se verá seguidamente que esta garantía no resultó verdadera.
El 30 de julio de 1842 partió el viajero en un carruaje, más una carreta de equipajes y una escolta, todos proporcionados por el D. Frutos (como generalmente apodaban a Rivera, incluso Gordon en su informe). El agente Británico llegó sin novedad hasta el salto, pero desde aquí hubo de seguir por agua hasta San Borja, en el Brasil, localidad que a la razón estaba en poder de los revolucionarios republicanos de Río Grande del Sur, en guerra con el gobierno imperial de Río de Janeiro. Para ir de San Borja a Itapúa Gordon debía pasar forzosamente por territorio argentino, contra la interdicción de Rosas, pero, felizmente para él, la provincial de Corrientes estaba alzada contra el dictador de Buenos Aires, cuyo temible poder, por consiguiente, no podía hacerse sentir en aquella zona. Gordon siguió hasta el campamento paraguayo de San José, hoy Posadas, sobre la margen izquierda del Paraná, y al día siguiente, el 21 de setiembre, cruzó el río y entró en Itapúa. El viaje fue de un mes y medio.
En Itapúa esperó seis días para recibir permiso del gobierno consular y seguir hasta Asunción. Acompañaban a Gordon dos compatriotas suyos, un joven amigo de nombre C. Naylor y el botánico J. Barclay. La pequeña guardia uruguaya que les escoltó desde Montevideo volvió a su país, y los tres ingleses se pusieron en camino para la capital paraguaya el 27 de setiembre. Iban a caballo, con una carreta para los equipajes y una escolta.
La marcha hasta Asunción duró una semana. Y aquí empiezan las observaciones de Gordon sobre el país que visitaba. (Las palabras entre comillas son citas literales de Gordon). El territorio “era generalmente llano y abierto, pero con una buena proporción de bosques”. A menudo se destacaban colinas aisladas, también cubiertas de árboles hasta la cumbre. “La población era comparativamente numerosa: constantemente se veían varias casas a la vez, y alrededor de cada casa había siempre un lote de tierra cultivada Todas tenían un aire de limpieza muy diferente en las construcciones ruinosas, sucias y descuidadas de las provincias meridionales de Sud América”. Al parecer el jefe de la escolta recibió orden de no pasar por pueblos o villorios. En cierta ocasión los viajeros divisaron a distancia una misión de indios (Santa Rosa), donde había “una fábrica de indigo”, pero el jefe de la escolta denegó amablemente el permiso para ir a verla. ”La pobreza de la gente era manifiesta –agrega el informe- como se notaba (…) en el material basto y la condición andrajosa de su vestimenta, aunque siempre limpia”, ”Era notoria la extrema carestía de metales preciosos como medio circulante (…). El dinero apenas se conoce”.
Don Carlos Antonio López
Al llegar a Asunción, el 3 de octubre, salió al encuentro de los forasteros y los acompañó “un nutrido concurso de pueblo, tanto a pie como a caballo”. Aquéllos fueron alojados en una casa “provista de todo lo necesario”. Esa misma tarde Gordon visitó a D. Carlos Antonio López, a quien titulaba “Primer Cónsul”, siendo cordialmente recibido.
Gordon no traía ninguna credencial, sino un pasaporte expedido por el cónsul inglés Hamilton en Río de Janeiro, y cuando habló a López de esta circunstancia, añadiendo que venía, por instrucciones de su gobierno, para informarse de la situación del país, López enrojeció de colera y le dijo: “En ese caso no debe sorprenderle que yo decline entrar en comunicación oficial con usted”. Luego explicó: “Es tratar a la república muy bajo”, frase escrita en castellano en el informe y subrayada.
Gordon adujo que la falta de credencial no significaba ninguna descortesía del gobierno de su soberana; que el hecho de encomendársele esta misión probaba el deseo de conocer el país, pero que Gran Bretaña procuraba no exponerse a una posible falta de respeto, habiendo recibido una contestación insultante del Dr. Francia la última vez que quiso entrar en correspondencia con el Paraguay; y que no debía extrañar al Primer Cónsul que se tomara precauciones para abrir relaciones con una nación aislada por tanto tiempo del resto del mundo y regida por un sistema tan extraordinario como el implantado por su predecesor. López no dio el brazo a torcer y objetó también las visitas de naturaleza privada, basado en una experiencia con otro súbdito inglés de nombre Hughes, que fue muy bien recibido y que a su regreso publicó cosas indiscretas sobre el país en Buenos Aires. Gordon se defendió diciendo que Hughes no tenía investidura oficial de ningún género.
En vista de todo ello, Gordon solicitó permiso para quedar algún tiempo en Asunción, lo que López no objetó, pero sin especificar el plazo de la permanencia. Una de las características de López era su desconfianza hacia todo extranjero, explicable , tal vez, por la xenofobia con que el Dr. Francia impregnó el ambiente nacional. En aquella época, sobre todo, López no consentía que un extranjero estuviera en el país más de unas pocas semanas, si en realidad le dejaba entrar, a lo cual tampoco accedía fácilmente.
En los días subsiguientes , Gordon visitó a López varias veces. El informe enumera ocho entrevistas, pero acaso hubo una o dos más. Y a propósito , es interesante señalar que solo en una oportunidad López recibió a Gordon en compañia del Comandante Mariano Roque Alonso quien guardó en el curso de la conversación el más absoluto mutismo. El “Segundo Cónsul”, como le llama Gordon, “no fué tenido en cuenta ni una sola vez”, y evidentemente se trataba “de una persona de calidad inferior, tanto de carácter como de maneras”.
Aunque López se negó a entrar en relaciones oficiales con Gordon, no pudo mantenerse en esta postura cuando supo que Rosas había prohibido que el diplomático inglés subiera hasta el Paraguay por el río Paraná. Sin duda el gobernante paraguayo deseaba obtener alguna prueba fehaciente de las razones de la negativa de Rosas, y preguntó a Gordon si no objetaría poner por escrito dichas razones, en respuesta a una nota que él (López) le dirigiría. Gordon, por supuesto, accedió al pedido, ya que de este modo se rompería el hielo oficial interpuesto anteriormente. Dada la extremada susceptibilidad de López, que le empujaba ocasionalmente a actuar por inspiración de sus primeros impulsos, no eran raros en él estos actos de inconsecuencia.
Entre tanto, Barclay, el botánico, logró que López le permitiera internarse en el territorio para emprender sus estudios de la flora paraguaya, pero sus excursiones no se dilatarían más allá de “3 o 4 leguas de la capital”, y además, Barclay debería regresar “siempre” al oscurecer. Después de unos días, sin embargo, López dijo que aquellas restricciones eran resultado de una interpretación ”odiosa” que Barclay dio al permiso, ya que no se trataba a su alojamiento de Asunción todas las noches, y que si deseara internarse a 7 u 8 leguas de la capital, lo podría hacer, pero previa obtención de un pasaporte.
A pesar de que las relaciones entre López y Grdon eran francas y en buena medida cordiales, los recelos del primero estaban siempre alerta. En una de las entrevistas, el cónsul averiguó con el agente británico si había traído consigo papeles impresos de Montevideo. “Pero no trajo usted –preguntó entonces López- una Biografía del General Rosas? Se me informó que usted la tenía, cosa que yo no pude creer..”. Gordon respondió que, en efecto, poseía dicho folleto, y se le ofreció a López. Este consideró el hecho como una especie de ocultación que significaba un comportamiento reprochable e imprudente por parte del inglés Gordon consignó en su informe que tales “bagatelas son consideradas como importantes en el Paraguay”: nadie tenía derecho a guardar en su propia casa papeles privados que escaparan al conocimiento del gobierno!
El incidente más enojoso que se produjo entre López y Gordon fue motivado por unas ampollas de vacuna antivariólica que trajo Gordon y con las cuales vacunó a las familias Busó y Doria, sin avisar a los cónsules. Inmediatamente de haberse enterado del hecho, los cónsules dirigieron a Gordon una seria amonestación y decidieron desterrar a las dos familias. Gordon había obrado expresaban los cónsules, “contra principios de Hygiene pública”, “sin conocer el clima del país” ni estar autorizado “por la autoridad competente” a “envacunar” con un pus desconocido por el gobierno y “en la estación más impropia”. Al mismo tiempo, los cónsules pedían a Gordon que se abstuviera en adelante de tales actos y declarara a quienes había “franqueado vidrios de vacuna”, a fin de que el gobierno tomara las medidas correspondientes.
El duro tratamiento dado a las dos ”familias” envacunadas en estación impropia” impresionó malamente a Gordon, y le movió a decir a López, en una de sus entrevistas, que se sentía afligido por aquel acto de severidad. López le contestó que no se ocupara más del asunto: ambas familias fueron castigadas por haber desafiado al gobierno, pues se les había avisado anteriormente de que tan peligrosa terapéutica preventiva, ”practicada al azar”, no estaba permitida, lo cual, comenta Gordon, ”no era verdad –nadie conoce semejante orden-”.(La familia Busó fue puesta en libertad prontamente pero la cuarentena contra la de Doria siguió por más largo tiempo).
Cuando Gordon manifestó a López su deseo de solicitar la prolongación de su permanencia en el Paraguay por unas tres semanas más, el cónsul le aconsejó francamente que se abstuviera de ello, ”a menos que quisiera exponerse a una repulsa poco grata”. Y con este motivo explotó nuevamente el enojo de López por la manera irregular empleada por Gordon para entrar en el país, considerada ”como una falta de respeto al Gobierno del Paraguay”.
Gordon suponía que el apuro de López por alejarle del país obedecía a dos razones: en primer lugar, a su recelo de que el inglés se encontrara en el país en el momento de la reunión de un congreso que los cónsules acababan de convocar para el 25 de noviembre, y luego, a presuntas intrigas de D. Frutos, quien, por algún conducto secreto habría hecho creer a López que Gordon era espía de Rosas, especie que incluso se publicó en un periódico de Corrientes.
No le quedó a Gordon, por lo tanto, otra alternativa que preparar el regreso. López quería que aquél fuese en una embarcación paraguaya hasta Corrientes, y aquí fletara otra para llegar a Buenos Aires. Gordon alegó que este proyecto era impracticable, ante el estado de guerra entre Corrientes y Buenos Aires, y que la única solución podría consistir en ir en un barco paraguayo desde Asunción hasta el término de su viaje.
López aceptó esto último, si bien pareció vacilar en lo relativo a la tripulación que acompañaría a Gordon, dado que hasta entonces no se consentía que ningún paraguayo saliese del país. Con todo, no hizo hincapié en este punto, y en cambio propuso a Gordon que llevara consigo un cargamento de productos paraguayos para poner a prueba la determinación de Rosas de no permitir al Paraguay ninguna exportación. Gordon arguyó que, como viajaba en servicio de su soberana, no estaba autorizado a inmiscuirse en operaciones comerciales.
Gordon no tardó en hallar una embarcación apropiada y afortunadamente sus tripulantes no eran paraguayos, de modo que no hubo dificultad en conseguir la licencia del gobierno para partir. En la entrevista en que Gordon solicitó esta licencia, López se mostró con él muy amable. Antes de despedirse, Gordon regaló al cónsul un juego de navajas de afeitar y un abanico para su esposa, “obsequios que parecieron agradarle mucho”.
El 27 de octubre, Gordon y sus compañeros se embarcaron de regreso. El río Paraguay estaba sumamente bajo y a travesía hasta Ñeembucú (Pilar) fué de nueve días. A lo largo de la ribera Gordon observó los diversos puestos de guardias construídos en la época de Francia para vigilar y detener a los indios del Chaco. Todos tenían una atalaya desde lo alto de la cual un centinela vigilaba día y noche.
En Ñeembucú, Gordon encontró a su compatriota Billinghurst, establecido allí desde dos años atrás. (Se dijo despues, cuenta Gordon, que Billinghurst y todos los demás extranjeros fueron obligados a salir del país cuando se aproximaba la reunión del congreso del 25 de noviembre, pero no indica que esta información estuviese de algún modo confirmada).
El viaje de Ñeembucú a Corrientes llevó tres días, y de Corrientes a Buenos Aires, dos semanas. El enviado inglés siguió poco después para Río de Janeiro. Y aquí termina el informe propiamente dicho, pero le siguen los anexos, algunos de los cuales conviene conocer. Se los resume a continuación. . Gordon, naturalmente, compartía los prejuicios sobre el Paraguay de aquel tiempo que prevalecían especialmente en los países vecinos. Creía, por ejemplo, que había en el interior una fuerte oposición al gobierno, la que se habría de sentir y contribuiría al derrumbe del régimen imperante al primer amago de una invasión extranjera, como lo anunciada por Rosas. “Verdad –dice- que el país es populoso y produce (…) todo lo necesario para la vida, inclusive manufacturas y pólvora; pero no puede haber ningún conocimiento de táctica militar entre sus habitantes”. “El salitre que se emplea (en la fabricación de la pólvora) es principalmente artificial y se obtiene de la orina de los Indios recogida en las Misiones”. Este salitre diurético se volvió a emplear durante la guerra de la Triple Alianza.
Respecto a lo que hoy se llama industrialización , las vistas del gobierno paraguayo, según Gordon, eran en cierto modo contradictorios. López deseaba que llegaran al país “artesanos útiles, trabajadores en madera o metales, farmacéuticos, mineros y médicos; en rigor, profesionales expertos en toda clase de industrias útiles”, pero no quería que se introdujeran máquinas. “Hay en el país brazos suficientes –dijo a Gordon- para todo género de trabajos; a qué entonces incurrir en gastos y molestias trayendo máquinas? Pero sin máquinas, qué podrían hacer esos artesanos útiles y trabajadores en madera y metales?
Cuenta asimismo Gordon que un súbdito francés de apellido Saguier (omite el nombre de pila) “quedó detenido (en el Paraguay) por el Dr. Francia y durante este tiempo vivió con una hermana del Sñr (C.A.) López, de la cual tuvo algunos hijos”, lo cual se debió a que el Supremo Dictador ”no permitía que los extranjeros se casaran en el país”. Pero el Sñr. López había confiado en que, a la muerte de Francia y con la abrogación de dicha ley, Saguier se casaría con su hermana y bajo esta impresión, le concedió grandes facilidades para el comercio“. No obstante, Saguier defraudó “las expectativas del Primer Cónsul con respecto a su hermana” y López le castigó indirectamente. A la vuelta de un tiempo, sin embargo, mientras Saguier preparaba en Buenos Aires otra expedición comercial al Paraguay, parece que el Conde de Lurde le indujo a casarse con la hermana de López para regularizar su situación, y se acabó la malquerencia del Primer Cónsul.
Los anexos del informe de Gordon, como se advirtió más arriba, son numerosos, y no es posible pasar revista a todos, ni aun muy sumariamente, en un breve resumen como el presente. Pero no se debe dejar de mencionar uno realmente curioso, relativo a materias religiosas. Gordon reconoció que las opiniones religiosas del Primer Cónsul estaban “exentas de todo fanatismo, e inclusive tal vez (llegaran) al extremo opuesto”. Recibió con placer un libro de Oraciones de la Iglesia de Inglaterra, y al hablar de tópicos religiosos demostraba ”un conocimiento profundo de las Sagradas Escrituras”. Le disgustaba “la actitud iliberal del Papa y del Internuncio de su Santidad en Río de Janeiro”; ”al exigir que el Paraguay (…) llene todas las rigurosas formas de la disciplina Católica Romana, volviendo a unir los eslabones de la cadena de comunicación con Roma rotos por el Dr. Francia, e insinuó la posibilidad de una seperación de la República de la Iglesia”, pues el Papa, dijo, debe recordar el ejemplo de Inglaterra. Que Carlos Antonio López alentara este pensamiento cismático, es por cierto una revelación sorprendente.
Austin, Texas (USA)
(x) Cortesía de la Revista ALCOR No.35 (Meses de marzo y abril de 1965); Asunción, Paraguay.
ACOTACION DE FA-RE-MI: Lastimosamente, esta extraordinaria revista (ALCOR) dejó de aparecer hace varios años atrás. No por eso, debemos olvidar la gran tarea que desarrollaron sus creadores para el avance cultural de la República del Paraguay
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