Republicamos un magnífico trabajo del desaparecido antropólogo que muestra su
manejo metodológico y ético
Pruebas de la investigación etnográfica (x)
por: Miguel Chase-Sardi
(Antropólogo)
Bronislaw Malinowski, en Los Argonautas del Pacífico Occidental, enseña que, más que en la física y en la química, en la etnografía es absolutamente necesario dar todos los datos relativos a la observación científica. Nadie osaría presentar, en las ciencias naturales, un experimento sin poner en claro todas sus condiciones. Lamenta que la exactitud no haya brillado en nuestra ciencia, afirmando que “muchos autores no se ocupan de esclarecer sus métodos, sino que discurren sobre datos y conclusiones que surgen ante nuestros ojos sin la menor explicitación de prueba. Sería fácil citar obras de gran reputación y cuño científico, en las cuales se nos ofrecen vagas generalizaciones, sin recibir jamás ninguna información sobre qué pruebas fácticas han conducido a tales conclusiones. Ningún capítulo, ni siquiera un párrafo, se dedica expresamente a describir en qué circunstancias se efectuaron las observaciones y cómo se compiló la información.
Considero que una fuente etnográfica tiene valor científico incuestionable siempre que podamos hacer una clara distinción entre (…) lo que son los resultados de la observación directa y las exposiciones e interpretaciones del indígena, y (…) las deduciones del autor basadas en su sentido común y capacidad de penetración psicológica”.
También debe citarse a los que hayan dado informaciones idénticas, semejantes o contradictorias a las que escribe el investigador. Hartas veces, sobre todo en etnografía y etnología, se presentan los datos pretendiendo que se crean originales del que escribe. Tiene algo de cierto que “nada hay nuevo bajo el Sol”. Por lo que sería interminable remitir al lector a todas las fuentes. No obstante, el sentido común nos dice que allí donde otro mentó el hecho con precedencia, debe ser expresanmente reconocido. Nadie pudo haber leído toda la literatura antropológica sobre un asunto específico. Algo se puede escapar u olvidar. Esto es perdonable.
Otra mala costumbre, entre los que cultivan las ciencias antropológicas, es el creer que solo los académicos tienen derecho de autor, o, por lo menos, de ser nombrados con gratitud. Se olvidan de citar, por un mecanismo inconsciente de superioridad y, en una gran cantidad de casos, de verdadero etnocentrismo, los nombres de las personas sencillas que han proporcianado noticias. Casi una regla con referencia a los informantes indios. Criticada, con toda justicia, por el padre Bartomeu Meliá, S.J., en su magnífico libro sobre la historia de la lengua guaraní del Paraguay. No obstante, puede haber un expreso pedido del informante de no ser citado, lo que debe cumplirse.
La mayor parte de lo que un etnólogo debe decir, tendría que ser escrupulosa traducción literaria –hasta donde puede serla una traducción- de lo que los informantes han comunicado. Tendrá que registrar todo en cuadernos de notas, discos de computación y cintas magnetofónicas. Copias, escritas y grabadas, de los documentos que contienen los mitos y relatos, las respuestas a preguntas y conversaciones, deberían quedar a la custodia de instituciones de reconocida solvencia. Con las fotos, películas cinematográficas y videos, idéntica formula. Tampoco debe olvidar los planos, mapas e, incluso, diseños simplificados de ciertas observaciones.
Las opiniones suyas o de otros, así como lo que aparece en la literatura etnográfica y antropológica, irán con el nombre del autor. Para que no se confundan las opiniones de los indígenas con las del etnógrafo, la de otros antropólogos, indigenistas, misioneros o cualquiera de la población de otras etnias o de la sociedad nacional.
Se encontrará con la dificultad de aquellos conceptos, implícitos en el pensar del “otro”, que no tienen palabras con las cuales expresar en español. En esos casos se usará el léxico castellano que parezca más adecuado al concepto. Se pueden usar palabras de los idiomas clásicos que se acerquen al sentido de los términos indígenas. Además de traducir siempre con ayuda de personas bilingües, lo más literalmente posible; pero, al mismo tiempo, lo más literariamente comprensible, se darán los giros idiomáticos que expliciten aquellos conceptos ”intraducibles”.
Josefina Plá me decía, contradiciendo la creencia popular paraguaya de que hay palabras y giros que del guaraní no podían trasvasarse al español, que ello no era verdad. Para esta sabia mujer, por más alejados que estén lingüística o culturalmente, español y guaraní eran intertraducibles. Aunque aceptaba que en la traducción se perdía algo del “espíritu de la lengua”. Y sonriendo repetía el consabido refrán italiano: “Traduttore, troditore”.
Es ineludible hacer el engorroso trabajo, como obligación antes de tomar notas, grabar o fotografiar, de explicar a los interlocutores, cuya sociedad y cultura se estudia, que todo podría publicarse alguna vez con los nombres de ellos. Y que si, por la razón que fuera, quisieran mantener el anonimato, lo expresen para no identificarlos.
(x) Del Diario ÚLTIMA HORA (El Correo Semanal), 24-25 de marzo de 2001 (Asunción, Paraguay).
Miguel Chase-Sardi, junto con León Cadogan y Branislava Súsnik, integra el grupo de estudiosos más destacados de la antropologia paraguaya.
Exilio y confesión de un antropólogo (x)
por: Bartomeu Meliá, S.J.
(Antropólogo)
La vida de un antropólogo es un exilio; comienza en un exilio y uno vive exiliado, de sus parientes, de su patria, mientras dura esa condición de por vida. Esto no quiere decir que no se encuentre a sí mismo, por lo menos de vez en cuando, pero su propio territorio sera siempre una frontera.
Éste es uno de los aspectos del vivir que se realizó plenamente en Miguel Chase-Sardi, el “Gato” de siete vidas. No conozco suficientemente su biografía para destacar fechas o episodios; su vida es para mí la de mis encuentros personales con él, y la que se hace ver en los libros.
De uno de sus exilios en São Paulo, Brasil, y bajo la influencia benéfica del Prof. Egon Schaden, trajo esa obra rigurosa, ”clásica”, que es el Avaporu: Algunas fuentes documentadas para el estudio de la antropofagia guaraní (1964), el primer trabajo serio de etnohistoria salido de la pluma de un paraguayo, en el que se anuncia ya la osadía de un autor que enfrenta temas considerados tabú por la sensiblería pseudohistórica.
Pionera también será la creación del Centro de Estudios Antropológicos, con todos los avatares que tuvo que recorrer en su desarrollo hasta llegar a la Universidad Católica, la superación de las crisis, su fortalecimiento y sobre todo su proyección en el futuro. De una manera u otra todo lo que ha sido la antropología paraguaya ha pasado por las páginas del Suplemento Antropológico, que tuvo en Chase-Sardi a su coordinador prácticamente de por vida.
Con él he conocido los entusiasmos de nuestra apertura científica y humana hacia nuevos horizontes, que eran al mismo tiempo la entrada del Paraguay al ámbito internacional. El temerario y alocado viaje al 39o. Congreso Internacional de Americanistas de 1970, que tantas puertas y amistades le iban a abrir. La participación en la Declaración de Barbados (1971) que tuvo el efecto de una tormenta que sacudió el indigenismo todo del Continente y lass relaciones interétnicas. Poco después venía la respuesta, reacción y hasta superación en algún punto del Documento de Asunción, que lo tuvo también al Gato como uno de sus principales mentores.
Todo ello estaba basado en un conocimiento serio, objetivo y el más detallado para su época, de La situación actual de los indígenas del Paraguay, trabajo que se construía como un rompecabezas y que por fin se daba a conocer en 1972. El autor me pidió unas palabras de presentación. Eran los años en que las situaciones y los hechos de genocidio y etnocidio, a pesar de toda una hipócrita propaganda official, se hacían más patentes y escandalosos. Había que tener coraje para escribir esas denuncias en aquellos tiempos. En 1990 ese trabajo es reestructurado y completado, y sale con el preciso título de Situación socio-cultural, económica, jurídico-política actual de las comunidades indígenas en el Paraguay.
Su tarea de antropólogo científico se iba afirmando y confirmando, y la beca de Guggenheim (1971.72) que se le concedía era un reconocimiento del más alto nivel a lo hecho y a lo que se sabía era capaz de hacer. Durante esos fecundos años se trasladó anímica y científicamente al Chaco; éste sería un terriotorio que lo arropó .”una hermosa manta nivaklé ha cubierto su féretro”- y él nunca dejaría. Y ahí debo reconocer que ya no lo acompañaba tanto; caía un tanto fuera de mis senderos.
Pero tenía que volver todavía a la Región Oriental para dejar testimonio de sus cualidades de etnógrafo riguroso y etnólogo sistemático. El precio de la sangre: Tuguy óe´repy (1992) es una de las monografías guaraníes más logradas y sugerentes, en la cual incluso las ideas más aceptadas son discutidas con rigor.
En 1995 salía en la prestigiosa colección Mapfre, y en coautoría con la doctora Branislava Súsnik, Los Indios del Paraguay (Madrid), la única, por lo demás excelente, síntesis de historia indígena esencial para mantener la historia paraguaya.
En esta nota, escrita bajo el efecto de la noticia –desde días esperada “y temida”- de su muerte, no voy a detenerme en trazar una biografía. Esa biografía para ser medianamente justa debería ser la biografía del indigenismo paraguayo, de la misma antropología paraguaya, en su vertiente guaraní y en su vertiente chaqueña, de la presencia del Paraguay en la antropología americana, sin más. Puedo decir que en viajes y congresos, en el encuentro con indigenistas y antropólogos de otros países, la pregunta que se me hacía indefectiblemente en los últimos años era siempre la misma: Y qué de Gato ? Como anda ? Siempre trabajando, un poco achacoso últimamente, pero siempre presente en todos y cada uno de los actos donde la suerte de los indígenas del Paraguay está en juego, como objeto de estudio o como motivo de denuncia. Luchando. Con una energía que los médicos no se lo explican.
Hoy, con la muerte de Dr. Miguel Chase-Sardi, se cierra en realidad el primer ciclo de los antropólogos paraguayos históricos, con León Cadogan y la doctora Súsnik, “y el benjamín José Antonio Perasso”.
Si la antropología comienza y se hace en un exilio, ella misma es también una confesión. Confesión de cómo el mismo antropólogo se hace las preguntas más fundamentales de su existencia; y la respuesta ni siquiera la encontrará en su propia cultura ni en la historia de su pueblo, sino en el otro, ese gran Otro que siempre buscamos y nunca podremos retener. Y por eso nunca seremos el otro, pero con el otro nos haremos. El antropólogo aprende a vivir en frontera, pero consciente de límites y distancias.
Debe pedir indulgencia por esta nota que en realidad resulta más fría y distante de lo que tendría derecho a esperar el mismo Gato, ese Gato que nos hacía creer siempre, con sus ditirambos exagerados, mucho más de lo que somos.
(x) Del Diario ÚLTIMA HORA (El Correo Semanal), 24-25 de marzo de 2001 (Asunción, Paraguay).